ESTANISLAO DEL CAMPO, EL POEMA GAUCHESCO MAS PORTEÑO DEL MUNDO

(Prólogo a Fausto ilustrado por Oscar Grillo, Ediciones de la Flor)

Qué triste la vida del gaucho: siempre hablando en verso, bromeó Macedonio Fernández. La chanza alude a la condición necesaria de la poesía gauchesca, género creado, no por los gauchos, por antonomasia analfabetos, sino por hombres de la ciudad cultos, y aun cultísimos, que escribían simulándose gauchos, lo cual exige mucho estudio, gran aplicación y guapeza de la obra misma para resistir las críticas de los Guardianes de la Tradición, que suelen ser póstumas. Así, no se le ha perdonado a José Hernández el desliz de escribir: Un padre que da consejos / más que un padre es un amigo, / y ansí como tal les digo / que vivan con precaución: / naides sabe en qué rincón / se oculta el que es su enemigo. Un gaucho “de veras” –sostienen los Guardianes– no diría “se oculta”: diría “se escuende”.

Estanislao del Campo, cuyo porteñísimo Fausto inaugura y clausura el género fantástico gauchesco, es víctima predilecta de los Guardianes. Este gran poeta ignoraba casi por completo el supuesto idioma de los gauchos, y lo aprendió leyendo y releyendo los versos de Hilario Ascasubi, con quien lo unió una hermosa amistad. Tanto admiraba del Campo al coronel y payador unitario, que no le hubiera desagradado decir que estudiar el idioma de los gauchos en los versos de Ascasubi equivale a aprender inglés leyendo a Shakespeare; la elección del seudónimo “Anastasio el Pollo” fue una muestra de esa admiración (“Aniceto el Gallo” era un célebre alias de Ascasubi). El talento poético de Estanislao superaba al de Hilario, pero ambos hombres vivieron protestándose elogios. Cuando Ascasubi, a raíz de una confusión de un lector, publicó en El Orden del 27 de septiembre de 1857 una gacetilla aclarando que no eran suyos los versos que firmaba Anastasio el Pollo, este respondió:

He visto en un gacetón
que llaman El Ordenao
que usté aparcero, ha soltao
cuatro letras al botón.
Lo digo aquí, en la ocasión
porque a mí se me hace al ñudo,
que el gaucho que boliar pudo
tan lindo a la tiranía
salga diciendo: “No es mía
la letra de un gaucho rudo”.


Velay, su reclaración
a mi modo de entender,
lo mesmito viene a ser
que si dijera, patrón:
“Reclaro ante la Nación
que la chispa que ha saltao
a causa de haber golpeao
un paisano su yesquero,
no es el sol que Enero a Enero
la campaña ha iluminao”.


Paisano Aniceto el Gallo,
puede sin cuidao vivir,
que primero han de decir
que la vizcacha es caballo,
y que la gramilla es tallo,
y que el ombú es verdolaga,
y que es sauce la biznaga,
y que son montes los yuyos,
que asigurar que son suyos
los tristes versos que yo haga.


Adiós gaucho payador
del Ejército Unitario:
adiós paisano ño Hilario
adiós projundo cantor,
adiós pingo cociador,
que a tiranos ha pateao,
y que hasta a mí me ha largao
de pronto un par de patadas
a causa de unas versadas
que en mi inorancia he soltao.

Llegada su oportunidad, Ascasubi retrucó:

Al Mozo patriota y criollo
mi amigo Anastasio el Pollo:
esta mañana, cuñao,
en la “Tribuna del día”
me almorcé la versería
con que usté me ha saludao
y aunque me veo apurao
por un que-hacer que me abruma,
mesmo-así, tomé la pluma,
y después de mil esfuerzos,
conseguí estos fieros versos
concertarle... porque... en suma...


Confieso, amigo, que estoy
de sus compuestos prendao.
¡Por Cristo! que me ha tirao
lejos... ¡a fe de quien soy!
y es notorio que antes de hoy
publiqué esta confesión
también haciendo intención
de cederle la vedera,
y servirlo en donde quiera
con toda veneración.


Ahora sé que así le pago
el cariño y cortesía
con que me saluda hoy día,
como que es deber el que hago.
Y no crea que este halago
sea lisonja, es completo,
pues lo apreceo y respeto
de lo alto a lo profundo
y firme hasta el fin del mundo
seré su amigo:
Aniceto

Los más conocidos detractores de Estanislao del Campo fueron Rafael Hernández y Leopoldo Lugones. En 1896, Hernández atacó la espléndida estrofa inicial de Fausto diciendo: Ese parejero es de color overo rosado, justamente el color que no ha dado jamás un parejero, y conseguirlo sería tan raro como hallar un gato de tres colores; señaló también que sofrenar el caballo no es propio de criollo jinete, sino de gringo rabioso. Leopoldo Lugones se hizo eco de los ataques de Hernández y añadió otros: decretó inaceptable que un paisano (aun un paisano de la ficción) concurra al Teatro Colón. Ni el gaucho habría entendido una palabra, ni habría aguantado sin dormirse o sin salir, aquella música para él atroz; ni siquiera es concebible que se le antojara a un gaucho meterse por su cuenta en un teatro lírico. No advirtió que su crítica “verista” supone la muerte del arte por falta de magia. Si el pelaje overo rosado no existiera, lo hubiera inventado Picasso. Si un gaucho no puede ir al Colón, menos puede un viejo verde vender el alma a Mandinga, volverse joven y obtener el amor de una bella. Añádase que en 1928 un primo del imposible overo rosado del aparcero Laguna (lo real y lo irreal son primos hermanos), un macizo overo rosado de carne y hueso llamado “Mancha”, junto a otro caballo llamado “Gato”, jineteados por el suizo Aimé Tschiffel, cumplieron la hazaña de unir Buenos Aires con New York , recorriendo 21.500 km durante más de tres años; Mancha y su jinete fueron recibidos en el City Hall por el intendente Walker, y para su llegada se cortó el tránsito en la Quinta Avenida. Esto ocurrió en 1928, unos diez años antes del suicidio de Lugones.

Estanislao del Campo nació en Buenos Aires el 7 de febrero de 1834. Era hijo del coronel Estanislao del Campo y de Gregoria Luna. En 1840 su padre emigró a Montevideo para unirse al ejército de Lavalle (en 1841, tras la derrota y muerte del general en Jujuy, formó parte de la macabra comitiva que trasladó sus restos hasta Potosí; luego se refugió en Chile). Los bienes familiares fueron confiscados por Rosas, lo que impediría a Estanislao estudiar leyes. Hasta 1849, año del regreso de su padre a Buenos Aires, el joven estudió en la Academia Porteña Federal de la calle Florida, dirigida por Florentino García. En 1850, siguiendo la costumbre de los jóvenes de buena familia de aquellos tiempos, se empleó como dependiente de comercio. Trabajó en las tiendas de Manuel Albornoz y de Mariano Brantes, y luego en la barraca de Balcarce, donde tuvo ocasión de tratar con hombres de campo, especialmente con esos cuyo contacto con Buenos Aires estaba convirtiendo en “orilleros”. El 19 de febrero de 1852, fugitivo Rosas, una multitud jubilosa se dio el gustazo de vivar al Ejército Grande que desde el mediodía hasta el oscurecer desfiló por la calle Perú, desde el Campo de Marte (hoy Plaza San Martín) hasta la Plaza de la Victoria, donde se había erigido un Arco de Triunfo. Los clarines de la escolta entrerriana abrían paso al general Justo José de Urquiza, jinete en su caballo moro cubierto de platerías. Tres futuros presidentes de la nación formaban parte del contingente: el propio Urquiza, Mitre y Sarmiento, pero los vivas de Estanislao del Campo clamaban por un edecán de Urquiza que hacía caracolear su cabalgadura a corta distancia del general entrerriano. “¡Ascasubi! ¡Ascasubi!”, vociferaba el joven de dieciocho años. Pronto del Campo dejó de ser dependiente de comercio. Producida la revolución de septiembre, pasó a integrar el primer regimiento de Guardias Nacionales, destacado en San Nicolás de los Arroyos por el gobierno bonaerense para apoyar al general Paz. Allí anudó amistades fundamentales: la de Ricardo Lavalle, con cuya hermana contraería matrimonio, y la de Adolfo Alsina, que sería su ídolo. En diciembre de 1852, cuando el general Hilario Lagos se sublevó y sitió la capital, el poeta porteño se batió en su defensa en el cantón “Patria o Muerte”, en Juncal y Esmeralda. Por los años 1855 y 1856 publicaba versos románticos en El Recuerdo y en El Estímulo, y frecuentaba el Club del Progreso y el Café de los Catalanes, en Cangallo y San Martín. En 1857, descartada la alternativa de estudiar derecho, puso término por poco tiempo a su período de “hombre de mundo” e ingresó como auxiliar de archivo en la Aduana, para renunciar a ese puesto al mes. Poco después, en agosto de 1857, vieron la luz en Los Debates, diario fundado por Mitre, los primeros versos de Anastasio el Pollo, gaucho periodista que hablaba –escribía- en verso. El 10 de agosto publicó unas décimas que describen el segundo ensayo del Ferrocarril del Oeste, en la Plaza del Parque.

La noche siguiente, Estanislao del Campo asistió en el antiguo Teatro Colón de Buenos Aires, situado en Reconquista y 25 de Mayo, a la representación de Safo, de Giovanni Pacini. Fue “en compañía” de Anastasio el Pollo, que probablemente hizo esa noche su debut como espectador teatral. Por obra de la picardía del poeta, Anastasio sufrió esa noche un arrebato similar al que enfureció al Caballero de la Triste Figura en el capítulo XXVI de la segunda parte del Quijote: confundiendo ficción con realidad, dio como cierto lo visto en el escenario. Así como Don Quijote enfureció, y derribó, descabezó y estropeó a mandobles y cuchilladas a los títeres del retablo del maese Pedro, Anastasio empezó a desnudarse para arrojarse al mar, cuando la soprano Emmy La Grua, en cumplimiento del libreto y en su carácter de musa de Lesbos se arrojó del Léucato a las aguas del Jónico. Sólo la oportuna caída del telón salvó a la cantante de su salvataje. (Lo mismo ocurriría años después a los paisanos de carne y hueso que a gritos y facón pelado interrumpían las representaciones de Juan Moreira con el fin de mejorar el destino del malevo. La graciosa relación en verso de este episodio, publicada el 14 de agosto en Los Debates, con el título Carta de Anastasio el Pollo sobre el Beneficio de la Sra. La Grua, constituye el embrión argumental de Fausto, y fue descubierta muchos años después por Angel Batistessa.

En 1858 el poeta participó del Ateneo Literario organizado por la revista El Estímulo y fue designado secretario privado del gobernador Valentín Alsina. La amistad de Estanislao con los Alsina no eximió al gobernador de ser regalado con uno de los epitafios en que el poeta solía entretener su pluma, ingeniosos precursores de los de la revista Martín Fierro:

Yace en esta sepultura
Valentín, el congresal:
es lo único que inaugura
sin discurso inaugural.

Sin abandonar el ejercicio de una poesía que a menudo fue circunstancial, del Campo alternó la carrera administrativa con la militar: el 31 de mayo de 1859 recibió su despacho de teniente del regimiento 4 de Guardias Nacionales, el 22 de octubre de ese año combatió en Cepeda, donde los porteños fueron derrotados (Mitre consignó su bizarría en el parte oficial del combate), y en 1861 luchó en la fantástica batalla de Pavón, en la que alcanzó el grado de capitán; aquí, según testimonios, saludó a la balacera inicial en uniforme de gala, llevando la diestra al quepis. En 1863 fue designado secretario de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, en 1864 desposó a una sobrina del general Lavalle, Carolina Micaela Lavalle, con quien tuvo varios hijos. Y decisivamente, el 24 de agosto de 1866, concurrió al Teatro Colón, a presenciar el Fausto de Gounod, con libreto de Michel Carrié y J. Barbier. El estreno en Buenos Aires de la ópera de Gounod se había constituido en un acontecimiento de gran resonancia: no se hablaba de otra cosa, las funciones del Colón fueron copiosamente comentadas, se la representó para niños en teatro de títeres, se publicaron traducciones de su libreto, y resúmenes de éste en los periódicos. Al travieso Anastasio, el campo se le hizo orégano. En su Vida de Anastasio el Pollo, Manuel Mujica Lainez describe la noche de la función: La sala chisporroteaba bajo las alegorías del plafón, pintadas por Baldassare Verazzi. En la lucerna –apodo de la gran araña central- ardían 400 luces. Por doquier, en los palcos, en las lunetas, en las galerías, brillaban las alhajas, las flores, las plumas. En la platea sólo había hombres; de frac, naturalmente: de frac y guantes. Solo había mujeres en la cazuela. Arriba, en el paraíso, se apretujaban los hombres, una vez más. El fulgor nacía allí de tal o cual rastra de plata, de tal o cual cabo de facón. De manera que damas y caballeros solo se encontraban en los palcos. Y en uno de esos palcos estaban del Campo, doña Carolina y Pepita Uriburu. En su espléndida biografía, Mujica Lainez imagina y describe complejos tráficos y transmutaciones psicológicos y poéticos celebrados entre Estanislao del Campo, secretario de la Honorable Cámara de la Provincia y su “invisible” hermano, Anastasio el Pollo. En esta edición del Fausto, Héctor Grillo nos proporciona el único registro gráfico existente del paso de Estanislao del Campo y su alter ego por el Teatro Colón.

De regreso en su casa, del Campo trabajó en el poema durante el resto de la noche y toda la madrugada del 25, como si ya tuviera los versos en la cabeza y temiera olvidarlos. Las coplas le brotaban –aunque José Hernández aún no hubiera escrito sus versos– como agua de manantial. Compuso el poema en cuatro o cinco días (–He andao cuatro o cinco días / atacao de la cabeza, cuenta Anastasio a Laguna). El 29 había completado y puesto en limpio la primera versión, que publicó el 30 de septiembre en el Correo del Domingo; el 3 y 4 de octubre, en La Tribuna. El 8 de noviembre apareció en forma de folleto, “en favor de los hospitales militares”. En esta edición, impresa en la Imprenta Buenos Aires, el poeta incorporó a modo de prefacios cartas de Juan Carlos Gómez, Ricardo Gutiérrez (a quien la obra fue dedicada) y Carlos Guido Spano, no sin intercalar una intencionada respuesta a la de Gómez. La visión de Guido Spano es sagaz: Preciso es, amigo que su numen sea el mismo Mefistófeles para haberle inspirado a Vd. la más estrafalaria de cuantas ideas puedan venir a la mente, y sobre todo, para haberle sacado airoso del berenjenal en que se había metido.

El supuesto narrativo del Fausto de Estanislao del Campo parece elemental, pero no lo es. Anastasio se encuentra con su amigo Laguna a orillas del río inmenso que los uruguayos siguen llamando mar. Frasco de ginebra por medio, el Pollo evoca en versos inolvidables las impresiones sufridas, no sin pasmo y escalofríos, durante la representación de Fausto en el Teatro Colón. La “reducción para guitarra de la aplaudida partitura” (así calificó Groussac a la homérica travesura) no tiene desperdicio. Cada equívoco es una flecha en el blanco, cada clara ingenuidad una oculta picardía, cada explicación un descubrimiento. La visión supuestamente ingenua del gaucho, dirigida por la ironía del porteño (que riendo piensa y dicta las décimas), genera un humorismo, que lejos de burlarse del paisano, exalta su olfato para descubrir disparates (–¿No era un Dotor muy projundo? / ¿Cómo se dejo engañar?, pregunta Laguna, refiriéndose al doctor Fausto). La parodia alude también a textos precedentes de la literatura gauchesca y a predecesores ilustres como Bartolomé Hidalgo y el propio Ascasubi, cuyos gauchos quisieron ir al teatro y no pudieron. Jacinto Chano de Ascasubi había pagado la entrada para ir a la comedia, pero no pudo asistir por culpa de unos borborigmos, y el gaucho Contreras se había perdido una función por culpa de un incendio. Anastasio el Pollo fue al Teatro Colón no una, sino varias veces.

El Fausto criollo se convirtió desde sus primeros días en un éxito extraordinario Hizo furor en la campaña. Circulaba en el Colón, entre los asistentes a la representación de la ópera. La fama de su autor jamás dejó de crecer, y ninguna crítica disminuyó nunca su prestigio. Aprendían sus versos los cantores de pulpería y los sabían de memoria los próceres de la Legislatura. Muy a menudo, en mitad de una charla o un debate, alguien citaba un verso suyo, con jerarquía de refrán. Sus epitafios, sus versos en broma eran vox populi. Para Pedro Goyena, el mejor poema de Estanislao del Campo es Gobierno gaucho*, cuyas estrofas citó Lisandro de la Torre el 21 de diciembre de 1936, en ocasión de debatirse en la Cámara de Senadores una ley anticomunista. El texto completo de Gobierno gaucho dice:

Tomé en casa el otro día
tan soberano peludo,
que hasta hoy, caballeros, dudo
si ando mamao todavía.
Carculen cómo sería
la mamada que agarré,
Que, sin más, me afiguré
que yo era el mesmo Gobierno,
y más leyes que un infierno
con la tranca decreté.

Gomitado y trompezando,
del fogón pasé a la sala,
con un garrote de tala
que era mi bastón de mando;
y medio tartamudiando,
y con el pelo en la frente,
a causa del aguardiente, / los ojos medio vidriosos,
y con los labios babosos,
hablé del tenor siguiente:

“Paisanos: –dende esta fecha
el contingente concluyo;
cuide cada uno lo suyo
que es la cosa más derecha.
No abandone su cosecha
el gaucho que haiga sembrao:
deje que el que es hacendao
cuide las vacas que tiene,
que él es a quien le conviene
asigurar su ganao.”

Vaya largando terreno,
sin mosquiar, el ricachón,
capaz, de puro mamón
de mamar hasta con freno;
pues no me parece güeno
sino que, por el contrario,
es injusto y albitrario
que tenga media campaña,
sólo porque tuvo maña
para hacerse arrendatario.”

“Si el pasto nace en el suelo
es porque Dios lo ordenó,
que para eso agua les dió
a los ñublados del cielo.
Dejen pues que al caramelo
Le hinquemos todos el diente,
y no andemos tristemente,
sin tener en donde armar
un rancho, para sestiar
cuando pica el sol ardiente.”

Mando que dende este instante
lo casen a uno de balde;
que envaine el corvo el Alcalde
y su lista el Comendante,
que no sea atropellante
el Juez de Paz del Partido;
que a aquel que lo hallen bebido,
porque así le dio la gana,
no le meneen catana
que al fin está divertido.

Mando, hoy que soy Sueselencia
que el que quiera ser pulpero,
se ha de confesar primero
para que tenga concencia.
Porque es cierto, a la evidencia,
Que hoy naides tiene confianza
ni en medida ni en balanza
pues venden todo mermao
y cuando no es vino aguao
es yerba con mescolanza.”

“Naides tiene que pedir
pase por otro Partido;
pues libre el hombre ha nacido
y ande quiera puede dir.
Y si es razón permitir
que el pueblero vaya y venga,
justo es que el gaucho no tenga
que dar cuenta a donde va,
sino que con libertá
vaya a donde le convenga.”

A ver si hay una persona
de las que me han escuchao
que digan que he gobernao
sin acierto con la mona;
sáquemen una carona,
de mi mesmísimo cuero,
sino haría un verdadero
Gobierno, Anastasio el Pollo,
que hasta mamao es un criollo
más servicial que un yesquero.
Si no me hubiese empinao
como me suelo empinar
la limeta, hasta acabar,
lindo lo habría acertado;
pues lo que hubiera quedao
lo mando como un favor
al mesmo gobernador
que nos manda en lo presente,
a ver si con mi aguardiente
nos gobernaba mejor.

El 25 de mayo de 1867, el poeta renunció a la secretaría de la Cámara, por haber sido elegido diputado nacional por los alsinistas de la provincia de Buenos Aires; prestó juramento el 31 de mayo, y fue designado miembro de la Comisión Militar; en diciembre renunció a la banca, para fundar el periódico liberal Porvenir Argentino. En 1868 aceptó apoyar la fórmula victoriosa Sarmiento-Alsina (él había preferido invertir los términos), y dejó de publicar su periódico. Antes de asumir la vicepresidencia, Adolfo Alsina lo designó oficial mayor del Ministerio de Gobierno de la Provincia, cargo que retuvo once años. En 1870 publicó la primera edición de sus Poesías (“Composiciones varias”, “Composiciones festivas”, “Acentos de mi guitarra”), con un prólogo de José Mármol, prólogo que suscitó una célebre polémica entre Pedro Goyena y Eduardo Wilde. En 1873 apoyó la candidatura de su amigo Adolfo Alsina a la presidencia de la Nación; en 1874, Mariano Acosta, gobernador de Buenos Aires, firmó su nombramiento de teniente coronel, y es puesto al frente del 1er. Batallón del 4º Regimiento de Guardias Nacionales. De esta época es la famosa estrofa que dirigió al jefe de estado mayor, en referencia a la dieta del personal militar:

Señor coronel Gorordo:
permítame que le diga
que me bala la barriga
de comer carnero gordo.

En 1875 apareció una nueva edición de sus poemas, con agregados. En 1880, año de la federalización de la ciudad de Buenos, se le otorgó la jubilación con sueldo íntegro, que poco pudo gozar: murió el 6 de noviembre y fue enterrado en el cementerio de la Recoleta. No se registraron las palabras con que despidieron sus restos Carlos Guido y Spano, Luis Varela y José Hernández.

Fausto es el tesoro exótico de la poesía gauchesca, que muchos lectores prefieren al Martín Fierro. Es gauchesco por su lenguaje y por sus personajes: pero el tema y el escenario son de otro mundo, la pampa real está lejos y la acción transcurre no transcurre en verdad a orillas del Plata, sino en pleno centro de la Ciudad, en el antiguo teatro Colón. Los dos paisanos simpáticos, cordiales (orilleros de buenos modales, con los que da gusto tratar) dialogan para nosotros al calor un porrón de ginebra. En muchos momentos, Anastasio se olvida de contar la función, y ofrece sublimes descripciones del amanecer, del anochecer, de la pampa, del río, de la mujer. (Para Enrique Anderson Imbert, Anastasio y Laguna no son menos “vivos” que Estanislao del Campo: concelebran “un tácito pacto de mutuos engaños para compartir el placer de un cuento fantástico”.)

Nacido de un enfoque festivo, es un poema bienaventurado, sin fallas, que nos hará felices cuantas veces se lo pidamos, y fácilmente se hace querer y anida en la memoria. “Il Fausto è una meraviglia”, escribió Edmundo de Amicis. Calixto Oyuela, que detestaba a los poetas gauchescos, lo consideraba “una joya”. Borges escribió: “Estanislao del Campo es el más querido de los poetas argentinos. Acaso no creamos enteramente en sus gauchos conversadores, pero todos sentimos que hubiera sido una felicidad conocer a quien los inventó. Su labor, como la de los rapsodas homéricos, podría prescindir de la escritura; sigue viviendo en la memoria y dando alegría”. Y Macedonio Fernández, maestro inigualado en el arte de la Revelación por medio del Dislate, no vaciló en ubicar a Estanislao del Campo al lado de Mallarmé y Paul Valéry.

¡Cristo padre!... ¿Será cierto?
––Mire: que me caiga muerto
si no es la pura verdá.

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