DOROTHY PARKER: "¡QUE LASTIMA QUE EL TIEMPO ASI SE PIERDA, OH MIERDA!"

Dorothy Dottie Parker fue la luminaria conductora y el ingenio más mordaz de la famosa Mesa Redonda del Algonquin, club de notables que definieron los gustos intelectuales de Nueva York en la década del 20. Fue también una cuentista de talento, cuya obra más valiosa quedó casi sepultada por sus hazañas de humorista. La celebridad de Parker, como la de Oscar Wilde, como la del conde de La Rochefoucauld, que la visitaba en sus insomnios, quedó encadenada a su habilidad para las pullas, la estocada verbal y las frases aniquiladoras. “¡Qué lástima que el tiempo así se pierda, oh mierda!” espetó una vez a sus contertulios del Hotel Algonquin. Estos eran un grupo de escritores, actores, editores e intelectuales que se reunían una vez a la semana para almorzar, beber y lubricar los mecanismos del autobombo, con éxito garantizado por la influyente actividad periodística de algunos de sus participantes, como Franklin Pierce Adams, oráculo del gusto neoyorquino. “Una especie de vaudeville del estrellato literario”, los definió Edmund Wilson. Estaban Alexander Woolcott, Edna Ferber, Heywood Broun, Tallulah Bankhead, Harold Ross, Ring Lardner, James Thurber, George Kaufman, Harpo Marx, Franklin Pierce Adams. Todos querían ser inmortales, todos hacían frases sensacionales. Con una de las cuales resumió Robert Benchley, el mejor amigo de Dorothy, el sino de algunos de estos pintorescos diletantes: “Me llevó quince años descubrir que no servía para la literatura: pero ya no podía abandonar: era famoso”. Personaje infaltable en aquellas reuniones era el martini seco, trago brutal y relativamente barato que cobró estatura durante la Prohibición, y que según Graham Greene (defensor a ultranza del whisky escocés) estragó el paladar y el cerebro de los norteamericanos. A Dorothy le encantaba, y lo dejó dicho en verso:

Adoro tomarme un martini,
dos ya es una exageración;
con tres termino debajo de la mesa,
con cuatro debajo del anfitrión.

La escritora y sus pintorescos amigos han sido recordados en Mrs. Parker y el Círculo vicioso, film dirigido por Alan Rudolph (con Jeniffer Jason Leigh como Dorothy Parker, y Campbell Scott como Robert Benchley), pero más espirituoso homenaje les rinde la carta de cócteles del bar del Algonquin, donde es posible beber, si se lo encarga con tres días de anticipación, un “Martini on the rocks” de 10.000 dólares o más, que incluye un diamante en lugar de hielo. Otro de los tragos especiales se llama“Parker”, otro “Círculo Vicioso”, otro “Los cuatro cocos” (recordando la cinta de los Hermanos Marx), y así sucesivamente. El Magazine del Borracho Moderno registró un fantástico duelo de borrachería entre Parker y Hemingway. A las pocas vueltas, los contendientes abandonan el “ring” para reanudar la competencia en el hotel. “Si con cuatro se viene abajo –guiña el ojo Hemingway– no imaginemos lo que ocurrirá con diez”. En 1929 el escritor concedió a Dorothy un reportaje para The New Yorker, y ella preguntó: “¿Qué quiere decir exactamente con eso de ‘tener huevos'?” “Quiero decir Gracia bajo presión”, respondió el escritor.

GRACIA BAJO PRESION. Hemingway se refería a la Gracia con mayúscula, que es la máquina del genio; a Dorothy Parker la colmó la otra, la que da cuerda al ingenio, en su caso un ingenio devastador. En el curso de una vida sufrida, orlada de “carcajadas, esperanza y sopapos en el ojo”, ejerció este don espléndida y casi rutinariamente, hasta el punto de que su obra más ambiciosa, que cautivaba a Scott Fitzgerald, quedó oscurecida por sus alardes de terrorista verbal. Era capaz de “empalar” (la metáfora es del New York Times) a autores o personas que le disgustaran con una rápida sinopsis, con una frase, casi con una palabra. El renombre así cosechado la persiguió en sus últimos años, cuando convertida en la peor de sus críticas se refería con fastidio a la entusiasta recepción que se acordaba a sus ocurrencias. “Era algo terrible: empezaban a reírse antes de que abriera la boca”.

No era para menos: cuando abría la boca era mortífera: “No es esta una novela que haya que hacer a un lado como quien no quiere la cosa: hay que arrojarla lo más lejos posible lejos de una, con toda la fuerza posible”, “La señorita Katharine Hepburn expresó todo el espectro de las emociones de la A a la B”, “Si no sabe tejer, lleve al teatro algún libro”, “El primer actor aportó ese poco de mal gusto que es la necesaria pizca de paprika”, “Puede ser que esta autobiografía de Aimée Semple McPherson's esté construida merced a la sinceridad, la franqueza y el humilde esfuerzo. Puede ser, también, que la Estatua de la Libertad esté ubicada en el Lago Ontario”, “¿Quién escribe peor que un Theodore Dreiser? ¡Dos Theodore Dreiser!”, “Si quieren saber lo que Dios opina del dinero, fíjense en la gente a quien se lo dio”. Pero no tenía empacho en aceptar que el origen de su obra era la necesidad de dinero. “Me gustaría tener dinero. Y me gustaría ser una buena escritora. Las dos cosas pueden darse juntas, pero si eso es mucho pedir, prefiero el dinero. Detesto a casi toda la gente rica, pero yo, teniendo dinero, sería una monada”.

No fue rica (ganó mucho dinero haciendo guiones, pero comprobó que “el dinero de Hollywood es como nieve congelada, se deshace en las manos"), sí una notable periodista y cuentista, cuyos relatos, crónicas y aguafuertes, publicados en las páginas de Vogue, Vanity Fair, Life, The Smart Set, Ainslee, Bookman, The Nation, The New Republic, Cosmopolitan, American Mercury y The New Yorker, no han dejado de ser reeditados en forma de libro desde que Viking los reunió por primera vez en 1944. En un éxtasis admirativo, la panegirista Rhonda Petit ubica a la autora en compañía de James Joyce, Gertrude Stein, Virginia Woolf, Djuna Barnes y Ernest Hemingway. Para Alexander Woollcott, sus aguafuertes son “una poderosa destilación de néctar y ajenjo, de ambrosía y belladona”. Para Regina Barreca, debería ser ubicada al frente de los escritores de su generación, pero “una pandilla de críticos varones” le ha arrebatado su lugar en el canon. El gran crítico y amigo de la escritora Edmund Wilson recapituló sensatamente, tras la muerte de la escritora: “Ella no es Emily Bronte o Jane Austen, pero ha superado muchos dolores para escribir bien, y ha puesto en lo que ha escrito una voz, un estado de ánimo, una era, unos pocos momentos de experiencia humana que nadie más que ella ha expresado”. Y Maitena, en el prólogo a la Narrativa completa que editó Lumen, se dirige a la autora: “Yo te acabo de descubrir. Y me alegra haber tardado tanto; si te hubiera leído mucho antes tal vez nunca habría dibujado mis historietas de mujeres. Tú ya las habías escrito”.

UNA AMANTE SERIAL. Adscripta a la gran tradición de los humoristas norteamericanos, su prosa, en cuentos y aguafuertes, funciona como vehículo para la crítica de la sociedad, del amor estereotipado, de la familia, la guerra, el racismo, la disparidad económica, y de la eventual constelación de estos temas, pero sus héroes –sus antihéroes – son normalmente las mujeres derrotadas de la Edad del Jazz, víctimas, como la propia autora, no sólo de un rol que la sociedad les impuso (según la denuncia feminista) sino de su propia adicción a la derrota. El tono humorístico apenas cede su registro en textos como Soldados de la República, o en tragedias como la de Un rubia imponente, que fue su cuento más famoso. Pero la franca sonrisa es compañía casi constante del lector de Dorothy Parker.

Una rubia imponente es el retrato de la amante serial Hazel Morse, “una rubia de esas que cortan el hipo”, mujer hundida en la dependencia de los hombres, en la bebida, en la creciente desesperación que le traen los años. Como Dorothy Parker, la Gran Rubia trató de matarse, y como Dorothy Parker fracasó. Al recobrarse, su primer acto es pedir whisky. “Hazel miró el licor y su aroma le hizo estremecerse. Pensó que quizá le sería de ayuda. Tal vez, ya que se había pasado unos días fuera del mundo, el primer trago le devolvería la vitalidad. Quizá el whisky volvería a ser su amigo. Rezó sin dirigirse a Dios, sin convencer a ningún Dios, pidiéndole que le permitiera emborracharse, que la mantuviera siempre borracha”. Otros relatos suyos fueron reunidos en Lamentos por la vida (1930), Tamaños placeres (1933) y Aquí yace (1939). En 1944, Viking los reunió en un volumen único, y en español circula su Narrativa completa (Lumen, 2003)

CARCAJADAS Y SOPAPOS. Dorothy Rothschild, luego Parker, nació en New Jersey el 23 de agosto de 1893. Sus padres fueron Jacob Henry Rothschild, un comerciante judío, y Annie Eliza Marston, protestante de familia escocesa. Annie Eliza murió en 1897, y dos años después Rothschild desposó a una católica estricta, que moriría en 1903. La niña estudió en la Academia del Bendito Sacramento, en Morristown. “De allí me expulsaron por mi insistencia en sostener que la Inmaculada Concepción es combustión espontánea”. Ya sus breves poemas “light” hacían las delicias de los lectores. Nunca obtuvo diploma alguno; su educación formal terminó a los catorce años, por decisión propia. En 1914 murió su padre, y se vio obligada a trabajar. Hizo de pianista en una escuela de danzas en Manhattan, sin dejar de enviar sus versos a las muchas publicaciones neoyorquinas que, en ausencia del cine y la televisión, fabricaban los “must” de la Edad del Jazz. La revista Vanity Fair publicó uno y le pagó doce dólares. Fue a pedir trabajo fijo, y lo obtuvo en Vogue, donde por diez dólares semanales redactó leyendas y títulos, e inventó lemas como “La brevedad es el alma de la ropa interior, le dijo la enagua al camisón” o “Este pequeño conjunto rosa le ganará un Adonis”, mientras Vanity Fair continuaba publicando sus poemas, habitualmente breves diatribas rimadas contra los fracasos de los hombres y los hábitos de comportamiento de las mujeres. A pesar de su gracia y del “humor vicioso” que le ganó renombre, los versos de Parker jamás llegaron a ser poemas, y ella siempre lo supo: “Ah, mis versos. No puedo llamarlos poemas. Mis versos no valen nada. Están terriblemente fechados, y cómo cualquier cosa de moda resultan abominables. Los publicaba a sabiendas de que no podía obtener nada mejor, pero nadie pareció comprender mi magnífico gesto”.

En 1917 cuando P.G. Wodehouse se retiró de Vanity Fair, Dorothy lo sucedió como crítica teatral. Destilando su agresividad hasta el abuso, se convirtió en un suceso. En 1919 inauguró públicamente su perfil contestatario apoyando la gran huelga actoral, y se casó con Edwin Pond Parker II, un “chico bien” amigo del alcohol, y luego de la morfina, que la cautivó por su “bonito apellido”. Poco después, Edwin marchó a la guerra, dejándola sola en Nueva York, ya convertida para siempre en Dorothy Parker. Era la única mujer que hacía crítica teatral. Hizo una gran amistad con sus compañeros Peter Sherwood y Robert Benchley, y aquel mismo año comenzaron las reuniones del Círculo Vicioso en el Algonquin. Al mismo tiempo que se convertía en estrella neoyorquina, e ingresaba al denso mundo de la farándula intelectual, Dorothy comenzó a beber mucho. Sus brulotes cáusticos e intolerantes y sus respuestas insolentes divertían a los lectores y circulaban de boca en boca, gracias a la difusión que le daban periodistas amigos como Frank Pierce Adams, pero con mucha frecuencia desafiaban a los productores y los magnates que vivían del negocio teatral. En 1921 perdió su trabajo. “Destrocé tres obras –una de ellas La mujer del César, con Billie Burke–, que bajaron de cartel. Los productores, que eran Dillingham, Ziegfeld y Belasco, se disgustaron, así que fuí despedida. Vanity Fair no era una revista de opinión, y yo tenía opiniones”. Sherwood y Benchley, sus cofrades del Círculo Vicioso, renunciaron solidariamente a sus puestos. Dorothy y Benchley alquilaron una oficina y crearon el rubro “Parkbench”, con la idea de obtener trabajo editorial free-lance. Benchley, que había conseguido trabajo en Life, no iba mucho. “Compartíamos un despacho tan pequeño, que con una pulgada menos hubiera sido adulterio”. Cuenta la leyenda que, con el fin de atraer a clientes masculinos, Dorothy inscribió en la puerta la leyenda “Caballeros”. Para reforzar sus ingresos, empezó a escribir subtítulos para una película de D.W. Griffith, en lo que sería su primer contacto con el mundo del cine.

UN TIPO COMO ESE. Durante los tres años siguientes trabajó para la revista Ainslee’s, donde le permitían ser sarcástica y venenosa. En 1922 produjo su primer relato, Qué bonita estampa. En 1923, un aborto y su primer intento de suicidio, como consecuencia de un amorío con Charles MacArthur. En 1924, su primera pieza teatral, Estrecha armonía. En 1925, la encandiló Seward Collins, coleccionista de libros “eróticos” y editor, que en poco tiempo, se convertiría en fanático propagandista del fascismo, el nazismo y el espiritismo. Cuando muchos años después, Wilson preguntó a Dorothy si era cierto que Collins había muerto, ella repuso: “No sé, supongo que sí. ¿Qué otra cosa podría hacer un tipo como ese en este mundo?”.Aquel mismo año de 1925, Harold Ross ( “lunático profesional ignorante”, según Dorothy) inauguró The New Yorker, al que ella contribuyó con poemas, notas teatrales y relatos, y (a partir de 1927) con una columna de reseña bibliográfica que firmaba “Lector Constante”; todavía hoy, muchos lectores encuentran sus reseñas tan divertidas como sus cuentos. En 1926 publicó su primer libro de versos, Bastante soga, que se convirtió en un best-seller (los siguientes, Pistola del crepúsculo (1928), Muerte e Impuestos (1931) y No tan profundo como un pozo (1936) también resultaron éxitos) y viajó a París.

En 1927, ya divorciada de Jackson (estaban separados hacía tiempo), sus opiniones socio-políticas y su simpatía por perseguidos y oprimidos comenzaron a desbordar los límites impuestos por el periodismo: se unió fervorosamente a la lucha y protesta contra la ejecución de Sacco y Vanzetti. De paso, se enamoró de Gardner Jackson, ex periodista del Boston Globe y secretario del Comité de Defensa de los anarquistas condenados. Detenida en Boston durante una marcha de protesta, rehusó viajar en el furgón celular, insistiendo en caminar hasta la prisión. La ejecución de los dos inocentes estimuló su activismo: se convirtió en una de las luchadoras progresistas más inquietas de su época. La aventura con Jackson fue otro fracaso.

Los años de actividad política de Parker coincidieron con su apogeo como escritora de relatos. En 1929, el mismo año en que Una rubia imponente obtuvo el Premio O. Henry, se hundió la Bolsa de Nueva York y la Gran Depresión acabó con muchas cosas, entre ellas la Edad del Jazz, la “cultura del magazine” y las reuniones del Algonquin. Cundía el cine sonoro, y Hollywood, donde se fabricaba la droga que doparía a empobrecidos y desocupados, era el único lugar de los Estados Unidos donde se ganaba mucho dinero. Allí fue Dorothy, como tantos otros artistas e intelectuales. Era una starlette de la farándula intelectual, cuya fotografía aparecía frecuentemente en los revistas, y cuyas dichos corrían de boca en boca. En 1934, cuando se casó con el actor Alan Campbell, actor, escritor y militante progresista once años menor que ella, ante el solo rumor del matrimonio, varios periódicos enviaron reporteros a Nueva México.

DOLARES COMO NIEVE. En Hollywood, Campbell y Parker comenzaron a escribir guiones para los grandes estudios, trabajando arduamente para crear filmes olvidables a cambio de una enorme paga y escasa satisfacción. Con un ingreso de más de cinco mil dólares semanales, Parker pudo comprarse una residencia en Beverly Hills a cuya fiesta de inauguración concurrieron trescientas personas. Continuó colaborando con revistas neoyorquinas, pero durante sus años en Los Angeles su creatividad se paralizó: sus versos cesaron por completo. Uno de sus muchos guiones en colaboración fue el de Nace una estrella, que recibió un premio de la Academia; otro el de Sabotaje.

Simultáneamente, desarrolló incansable actividad gremial y política, activando en favor de los derechos civiles y de la causa de los republicanos españoles. Fue una de las fundadoras del Sindicato de Guionistas y de la Liga Antinazi de Hollywood. Colaboró en campañas contra la discriminación racial en el sur de los Estados Unidos, y formó parte del Comité de Defensa de los jóvenes Scottsboro, nueve negros injustamente acusados de violar a dos blancas, cuya ejecución finalmente se impidió. Organizó cenas en su casa de Beverly Hills para reunir fondos para los refugiados españoles; y fue, también, una de las primeras intelectuales americanas en denunciar la persecución nazi de los judíos. En octubre de 1937 viajó con Campbell a España; desde donde efectuó transmisiones radiales desde Radio Madrid y envió notables reportajes. También ayudó a financiar el film de Joris Ivens Tierra de España, cuya versión inglesa original es hablada por Ernest Hemingway.

El FBI le abrió el correspondiente prontuario (que hoy se puede consultar en Internet), y cuando ella quiso ser corresponsal en la Segunda Guerra Mundial le fue negado el pasaporte. De modo que sus relatos sobre la época, como El permiso maravilloso y Canto a una bata operan desde un punto de vista doméstico. Durante un cuarto de siglo, algún informante del FBI se hizo presente en los actos en que ella hablaba, para escucharla y tomar nota de sus dichos. Uno de estos agentes reportó haber escuchado en Filadelfia que Dorothy Parker era la “Reina de los Comunistas”. Fue puesta en la “lista negra” de Hollywood y, en 1951, llamada a declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas, donde invocó sus derechos constituciones y se negó a incriminarse y a dar nombres de supuestos camaradas .

En 1947 Dorothy y Campbell se divorciaron y volvieron a casarse en 1950, aunque vivieron separados entre 1952 y 1961. En 1963 una sobredosis de somníferos acabó con Campbell. Lillian Hellman, viuda de Dashiell Hammet y –según algunos—“el personaje más desagradable que produjo la cultura progresista en América”, acudió a ofrecer consuelo a su amiga. “¿Puedo hacer algo por ti?”, preguntó. “Consígueme un marido”, fue la respuesta. “Esta es la cosa de peor gusto con que me haya encontrado en mi vida”, repuso Lillian. “Entonces baja hasta la esquina, y me traes un especial de jamón y queso en pan de centeno, con poca mayonesa”. Claro que según una apreciación de Mary MacCarthy “Toda palabra que dice Hellman es mentira, incluyendo “y” y “el”.

En 1964 Dorothy Parker volvió definitivamente a Nueva York, donde vivió sus últimos años casi olvidada. Había sobrevivido a todos sus amigos. De vez en cuando alguien le hacía un reportaje, pero muchos la imaginaban muerta. “Si fuera decente, moriría”, dijo en una de esas entrevistas, en las que sistemáticamente declaraba poco valiosa su obra, y en general la de sus compinches del Algonquin: “Boquiabiertas que pasaban la vida atesorando chistes y diciéndose unos a otros lo geniales que eran. Pero los que escribían de veras, por mucho que se emborracharan, no estaban allí: eran Scott Fitzgerald, Dos Passos, Hemingway, Faulkner”. Vivía en el Hotel Volney, un señorial edificio de apartamentos, que albergaba a otras ancianas solitarias como ella, en compañía de sus consabidos perros, y de sus más que probables botellas de whisky. Recibió honores de la Academia Americana de Artes y Letras, y alguna cátedra cuyo desempeño la aburrió tanto como a sus alumnos, pero sus últimos escritos fueron rechazados por las revistas. Tampoco se representaban las piezas teatrales que había escrito o en las que había colaborado: Estrecha armonía, El hombre más feliz, La costa de Iliria, Las damas del corredor y La edad del hielo.



VEINTE AÑOS DESPUES. El 7 de junio de 1967 fue encontrada muerta de un ataque al corazón. Había designado heredero universal a Martin Luther King, y ejecutora literaria a Lillian Hellman. Esta, que imaginaba que su amistad sería premiada con efectivo y los derechos de la obra, exclamó: “¡Maldita sea! Me había prometido que la heredera sería yo. Sólo borracha pudo hacer esto”. Cuando, poco tiempo después, King fue asesinado, Hellman acudió a los tribunales para impedir que el legado pasara a la Asociación para el Progreso de la Gente de Color (NAACP). La corte falló en contra de ella que, exasperada, renovó sus maldiciones, y se olvidó de efectuar los trámites para disponer de las cenizas de su amiga, que fueron a parar a un estudio de abogados, donde “descansaron” veinte años en un mueble de archivo, hasta que la NAACP se hizo cargo de los despojos, y les proporcionó reposo en un pequeño cementerio en el cuartel general de la organización en Baltimore. Dorothy había pedido que su epitafio dijera “Perdonen el polvo”. El que ahora tiene incluye esa frase, pero es mucho más extenso, para dar cabida a una oportunista reflexión acerca de la amistad entre negros y judíos. Eclécticamente podría haberse acudido a los cuatro versos del Epitafio para una dama bonita, de la torturada poeta Dorothy Parker.

Deje para ella una rosa roja,
siga su camino y guarde su piedad.
La muerta es feliz porque bien sabe
que su polvo es una beldad.

ESTANISLAO DEL CAMPO, EL POEMA GAUCHESCO MAS PORTEÑO DEL MUNDO

(Prólogo a Fausto ilustrado por Oscar Grillo, Ediciones de la Flor)

Qué triste la vida del gaucho: siempre hablando en verso, bromeó Macedonio Fernández. La chanza alude a la condición necesaria de la poesía gauchesca, género creado, no por los gauchos, por antonomasia analfabetos, sino por hombres de la ciudad cultos, y aun cultísimos, que escribían simulándose gauchos, lo cual exige mucho estudio, gran aplicación y guapeza de la obra misma para resistir las críticas de los Guardianes de la Tradición, que suelen ser póstumas. Así, no se le ha perdonado a José Hernández el desliz de escribir: Un padre que da consejos / más que un padre es un amigo, / y ansí como tal les digo / que vivan con precaución: / naides sabe en qué rincón / se oculta el que es su enemigo. Un gaucho “de veras” –sostienen los Guardianes– no diría “se oculta”: diría “se escuende”.

Estanislao del Campo, cuyo porteñísimo Fausto inaugura y clausura el género fantástico gauchesco, es víctima predilecta de los Guardianes. Este gran poeta ignoraba casi por completo el supuesto idioma de los gauchos, y lo aprendió leyendo y releyendo los versos de Hilario Ascasubi, con quien lo unió una hermosa amistad. Tanto admiraba del Campo al coronel y payador unitario, que no le hubiera desagradado decir que estudiar el idioma de los gauchos en los versos de Ascasubi equivale a aprender inglés leyendo a Shakespeare; la elección del seudónimo “Anastasio el Pollo” fue una muestra de esa admiración (“Aniceto el Gallo” era un célebre alias de Ascasubi). El talento poético de Estanislao superaba al de Hilario, pero ambos hombres vivieron protestándose elogios. Cuando Ascasubi, a raíz de una confusión de un lector, publicó en El Orden del 27 de septiembre de 1857 una gacetilla aclarando que no eran suyos los versos que firmaba Anastasio el Pollo, este respondió:

He visto en un gacetón
que llaman El Ordenao
que usté aparcero, ha soltao
cuatro letras al botón.
Lo digo aquí, en la ocasión
porque a mí se me hace al ñudo,
que el gaucho que boliar pudo
tan lindo a la tiranía
salga diciendo: “No es mía
la letra de un gaucho rudo”.


Velay, su reclaración
a mi modo de entender,
lo mesmito viene a ser
que si dijera, patrón:
“Reclaro ante la Nación
que la chispa que ha saltao
a causa de haber golpeao
un paisano su yesquero,
no es el sol que Enero a Enero
la campaña ha iluminao”.


Paisano Aniceto el Gallo,
puede sin cuidao vivir,
que primero han de decir
que la vizcacha es caballo,
y que la gramilla es tallo,
y que el ombú es verdolaga,
y que es sauce la biznaga,
y que son montes los yuyos,
que asigurar que son suyos
los tristes versos que yo haga.


Adiós gaucho payador
del Ejército Unitario:
adiós paisano ño Hilario
adiós projundo cantor,
adiós pingo cociador,
que a tiranos ha pateao,
y que hasta a mí me ha largao
de pronto un par de patadas
a causa de unas versadas
que en mi inorancia he soltao.

Llegada su oportunidad, Ascasubi retrucó:

Al Mozo patriota y criollo
mi amigo Anastasio el Pollo:
esta mañana, cuñao,
en la “Tribuna del día”
me almorcé la versería
con que usté me ha saludao
y aunque me veo apurao
por un que-hacer que me abruma,
mesmo-así, tomé la pluma,
y después de mil esfuerzos,
conseguí estos fieros versos
concertarle... porque... en suma...


Confieso, amigo, que estoy
de sus compuestos prendao.
¡Por Cristo! que me ha tirao
lejos... ¡a fe de quien soy!
y es notorio que antes de hoy
publiqué esta confesión
también haciendo intención
de cederle la vedera,
y servirlo en donde quiera
con toda veneración.


Ahora sé que así le pago
el cariño y cortesía
con que me saluda hoy día,
como que es deber el que hago.
Y no crea que este halago
sea lisonja, es completo,
pues lo apreceo y respeto
de lo alto a lo profundo
y firme hasta el fin del mundo
seré su amigo:
Aniceto

Los más conocidos detractores de Estanislao del Campo fueron Rafael Hernández y Leopoldo Lugones. En 1896, Hernández atacó la espléndida estrofa inicial de Fausto diciendo: Ese parejero es de color overo rosado, justamente el color que no ha dado jamás un parejero, y conseguirlo sería tan raro como hallar un gato de tres colores; señaló también que sofrenar el caballo no es propio de criollo jinete, sino de gringo rabioso. Leopoldo Lugones se hizo eco de los ataques de Hernández y añadió otros: decretó inaceptable que un paisano (aun un paisano de la ficción) concurra al Teatro Colón. Ni el gaucho habría entendido una palabra, ni habría aguantado sin dormirse o sin salir, aquella música para él atroz; ni siquiera es concebible que se le antojara a un gaucho meterse por su cuenta en un teatro lírico. No advirtió que su crítica “verista” supone la muerte del arte por falta de magia. Si el pelaje overo rosado no existiera, lo hubiera inventado Picasso. Si un gaucho no puede ir al Colón, menos puede un viejo verde vender el alma a Mandinga, volverse joven y obtener el amor de una bella. Añádase que en 1928 un primo del imposible overo rosado del aparcero Laguna (lo real y lo irreal son primos hermanos), un macizo overo rosado de carne y hueso llamado “Mancha”, junto a otro caballo llamado “Gato”, jineteados por el suizo Aimé Tschiffel, cumplieron la hazaña de unir Buenos Aires con New York , recorriendo 21.500 km durante más de tres años; Mancha y su jinete fueron recibidos en el City Hall por el intendente Walker, y para su llegada se cortó el tránsito en la Quinta Avenida. Esto ocurrió en 1928, unos diez años antes del suicidio de Lugones.

Estanislao del Campo nació en Buenos Aires el 7 de febrero de 1834. Era hijo del coronel Estanislao del Campo y de Gregoria Luna. En 1840 su padre emigró a Montevideo para unirse al ejército de Lavalle (en 1841, tras la derrota y muerte del general en Jujuy, formó parte de la macabra comitiva que trasladó sus restos hasta Potosí; luego se refugió en Chile). Los bienes familiares fueron confiscados por Rosas, lo que impediría a Estanislao estudiar leyes. Hasta 1849, año del regreso de su padre a Buenos Aires, el joven estudió en la Academia Porteña Federal de la calle Florida, dirigida por Florentino García. En 1850, siguiendo la costumbre de los jóvenes de buena familia de aquellos tiempos, se empleó como dependiente de comercio. Trabajó en las tiendas de Manuel Albornoz y de Mariano Brantes, y luego en la barraca de Balcarce, donde tuvo ocasión de tratar con hombres de campo, especialmente con esos cuyo contacto con Buenos Aires estaba convirtiendo en “orilleros”. El 19 de febrero de 1852, fugitivo Rosas, una multitud jubilosa se dio el gustazo de vivar al Ejército Grande que desde el mediodía hasta el oscurecer desfiló por la calle Perú, desde el Campo de Marte (hoy Plaza San Martín) hasta la Plaza de la Victoria, donde se había erigido un Arco de Triunfo. Los clarines de la escolta entrerriana abrían paso al general Justo José de Urquiza, jinete en su caballo moro cubierto de platerías. Tres futuros presidentes de la nación formaban parte del contingente: el propio Urquiza, Mitre y Sarmiento, pero los vivas de Estanislao del Campo clamaban por un edecán de Urquiza que hacía caracolear su cabalgadura a corta distancia del general entrerriano. “¡Ascasubi! ¡Ascasubi!”, vociferaba el joven de dieciocho años. Pronto del Campo dejó de ser dependiente de comercio. Producida la revolución de septiembre, pasó a integrar el primer regimiento de Guardias Nacionales, destacado en San Nicolás de los Arroyos por el gobierno bonaerense para apoyar al general Paz. Allí anudó amistades fundamentales: la de Ricardo Lavalle, con cuya hermana contraería matrimonio, y la de Adolfo Alsina, que sería su ídolo. En diciembre de 1852, cuando el general Hilario Lagos se sublevó y sitió la capital, el poeta porteño se batió en su defensa en el cantón “Patria o Muerte”, en Juncal y Esmeralda. Por los años 1855 y 1856 publicaba versos románticos en El Recuerdo y en El Estímulo, y frecuentaba el Club del Progreso y el Café de los Catalanes, en Cangallo y San Martín. En 1857, descartada la alternativa de estudiar derecho, puso término por poco tiempo a su período de “hombre de mundo” e ingresó como auxiliar de archivo en la Aduana, para renunciar a ese puesto al mes. Poco después, en agosto de 1857, vieron la luz en Los Debates, diario fundado por Mitre, los primeros versos de Anastasio el Pollo, gaucho periodista que hablaba –escribía- en verso. El 10 de agosto publicó unas décimas que describen el segundo ensayo del Ferrocarril del Oeste, en la Plaza del Parque.

La noche siguiente, Estanislao del Campo asistió en el antiguo Teatro Colón de Buenos Aires, situado en Reconquista y 25 de Mayo, a la representación de Safo, de Giovanni Pacini. Fue “en compañía” de Anastasio el Pollo, que probablemente hizo esa noche su debut como espectador teatral. Por obra de la picardía del poeta, Anastasio sufrió esa noche un arrebato similar al que enfureció al Caballero de la Triste Figura en el capítulo XXVI de la segunda parte del Quijote: confundiendo ficción con realidad, dio como cierto lo visto en el escenario. Así como Don Quijote enfureció, y derribó, descabezó y estropeó a mandobles y cuchilladas a los títeres del retablo del maese Pedro, Anastasio empezó a desnudarse para arrojarse al mar, cuando la soprano Emmy La Grua, en cumplimiento del libreto y en su carácter de musa de Lesbos se arrojó del Léucato a las aguas del Jónico. Sólo la oportuna caída del telón salvó a la cantante de su salvataje. (Lo mismo ocurriría años después a los paisanos de carne y hueso que a gritos y facón pelado interrumpían las representaciones de Juan Moreira con el fin de mejorar el destino del malevo. La graciosa relación en verso de este episodio, publicada el 14 de agosto en Los Debates, con el título Carta de Anastasio el Pollo sobre el Beneficio de la Sra. La Grua, constituye el embrión argumental de Fausto, y fue descubierta muchos años después por Angel Batistessa.

En 1858 el poeta participó del Ateneo Literario organizado por la revista El Estímulo y fue designado secretario privado del gobernador Valentín Alsina. La amistad de Estanislao con los Alsina no eximió al gobernador de ser regalado con uno de los epitafios en que el poeta solía entretener su pluma, ingeniosos precursores de los de la revista Martín Fierro:

Yace en esta sepultura
Valentín, el congresal:
es lo único que inaugura
sin discurso inaugural.

Sin abandonar el ejercicio de una poesía que a menudo fue circunstancial, del Campo alternó la carrera administrativa con la militar: el 31 de mayo de 1859 recibió su despacho de teniente del regimiento 4 de Guardias Nacionales, el 22 de octubre de ese año combatió en Cepeda, donde los porteños fueron derrotados (Mitre consignó su bizarría en el parte oficial del combate), y en 1861 luchó en la fantástica batalla de Pavón, en la que alcanzó el grado de capitán; aquí, según testimonios, saludó a la balacera inicial en uniforme de gala, llevando la diestra al quepis. En 1863 fue designado secretario de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, en 1864 desposó a una sobrina del general Lavalle, Carolina Micaela Lavalle, con quien tuvo varios hijos. Y decisivamente, el 24 de agosto de 1866, concurrió al Teatro Colón, a presenciar el Fausto de Gounod, con libreto de Michel Carrié y J. Barbier. El estreno en Buenos Aires de la ópera de Gounod se había constituido en un acontecimiento de gran resonancia: no se hablaba de otra cosa, las funciones del Colón fueron copiosamente comentadas, se la representó para niños en teatro de títeres, se publicaron traducciones de su libreto, y resúmenes de éste en los periódicos. Al travieso Anastasio, el campo se le hizo orégano. En su Vida de Anastasio el Pollo, Manuel Mujica Lainez describe la noche de la función: La sala chisporroteaba bajo las alegorías del plafón, pintadas por Baldassare Verazzi. En la lucerna –apodo de la gran araña central- ardían 400 luces. Por doquier, en los palcos, en las lunetas, en las galerías, brillaban las alhajas, las flores, las plumas. En la platea sólo había hombres; de frac, naturalmente: de frac y guantes. Solo había mujeres en la cazuela. Arriba, en el paraíso, se apretujaban los hombres, una vez más. El fulgor nacía allí de tal o cual rastra de plata, de tal o cual cabo de facón. De manera que damas y caballeros solo se encontraban en los palcos. Y en uno de esos palcos estaban del Campo, doña Carolina y Pepita Uriburu. En su espléndida biografía, Mujica Lainez imagina y describe complejos tráficos y transmutaciones psicológicos y poéticos celebrados entre Estanislao del Campo, secretario de la Honorable Cámara de la Provincia y su “invisible” hermano, Anastasio el Pollo. En esta edición del Fausto, Héctor Grillo nos proporciona el único registro gráfico existente del paso de Estanislao del Campo y su alter ego por el Teatro Colón.

De regreso en su casa, del Campo trabajó en el poema durante el resto de la noche y toda la madrugada del 25, como si ya tuviera los versos en la cabeza y temiera olvidarlos. Las coplas le brotaban –aunque José Hernández aún no hubiera escrito sus versos– como agua de manantial. Compuso el poema en cuatro o cinco días (–He andao cuatro o cinco días / atacao de la cabeza, cuenta Anastasio a Laguna). El 29 había completado y puesto en limpio la primera versión, que publicó el 30 de septiembre en el Correo del Domingo; el 3 y 4 de octubre, en La Tribuna. El 8 de noviembre apareció en forma de folleto, “en favor de los hospitales militares”. En esta edición, impresa en la Imprenta Buenos Aires, el poeta incorporó a modo de prefacios cartas de Juan Carlos Gómez, Ricardo Gutiérrez (a quien la obra fue dedicada) y Carlos Guido Spano, no sin intercalar una intencionada respuesta a la de Gómez. La visión de Guido Spano es sagaz: Preciso es, amigo que su numen sea el mismo Mefistófeles para haberle inspirado a Vd. la más estrafalaria de cuantas ideas puedan venir a la mente, y sobre todo, para haberle sacado airoso del berenjenal en que se había metido.

El supuesto narrativo del Fausto de Estanislao del Campo parece elemental, pero no lo es. Anastasio se encuentra con su amigo Laguna a orillas del río inmenso que los uruguayos siguen llamando mar. Frasco de ginebra por medio, el Pollo evoca en versos inolvidables las impresiones sufridas, no sin pasmo y escalofríos, durante la representación de Fausto en el Teatro Colón. La “reducción para guitarra de la aplaudida partitura” (así calificó Groussac a la homérica travesura) no tiene desperdicio. Cada equívoco es una flecha en el blanco, cada clara ingenuidad una oculta picardía, cada explicación un descubrimiento. La visión supuestamente ingenua del gaucho, dirigida por la ironía del porteño (que riendo piensa y dicta las décimas), genera un humorismo, que lejos de burlarse del paisano, exalta su olfato para descubrir disparates (–¿No era un Dotor muy projundo? / ¿Cómo se dejo engañar?, pregunta Laguna, refiriéndose al doctor Fausto). La parodia alude también a textos precedentes de la literatura gauchesca y a predecesores ilustres como Bartolomé Hidalgo y el propio Ascasubi, cuyos gauchos quisieron ir al teatro y no pudieron. Jacinto Chano de Ascasubi había pagado la entrada para ir a la comedia, pero no pudo asistir por culpa de unos borborigmos, y el gaucho Contreras se había perdido una función por culpa de un incendio. Anastasio el Pollo fue al Teatro Colón no una, sino varias veces.

El Fausto criollo se convirtió desde sus primeros días en un éxito extraordinario Hizo furor en la campaña. Circulaba en el Colón, entre los asistentes a la representación de la ópera. La fama de su autor jamás dejó de crecer, y ninguna crítica disminuyó nunca su prestigio. Aprendían sus versos los cantores de pulpería y los sabían de memoria los próceres de la Legislatura. Muy a menudo, en mitad de una charla o un debate, alguien citaba un verso suyo, con jerarquía de refrán. Sus epitafios, sus versos en broma eran vox populi. Para Pedro Goyena, el mejor poema de Estanislao del Campo es Gobierno gaucho*, cuyas estrofas citó Lisandro de la Torre el 21 de diciembre de 1936, en ocasión de debatirse en la Cámara de Senadores una ley anticomunista. El texto completo de Gobierno gaucho dice:

Tomé en casa el otro día
tan soberano peludo,
que hasta hoy, caballeros, dudo
si ando mamao todavía.
Carculen cómo sería
la mamada que agarré,
Que, sin más, me afiguré
que yo era el mesmo Gobierno,
y más leyes que un infierno
con la tranca decreté.

Gomitado y trompezando,
del fogón pasé a la sala,
con un garrote de tala
que era mi bastón de mando;
y medio tartamudiando,
y con el pelo en la frente,
a causa del aguardiente, / los ojos medio vidriosos,
y con los labios babosos,
hablé del tenor siguiente:

“Paisanos: –dende esta fecha
el contingente concluyo;
cuide cada uno lo suyo
que es la cosa más derecha.
No abandone su cosecha
el gaucho que haiga sembrao:
deje que el que es hacendao
cuide las vacas que tiene,
que él es a quien le conviene
asigurar su ganao.”

Vaya largando terreno,
sin mosquiar, el ricachón,
capaz, de puro mamón
de mamar hasta con freno;
pues no me parece güeno
sino que, por el contrario,
es injusto y albitrario
que tenga media campaña,
sólo porque tuvo maña
para hacerse arrendatario.”

“Si el pasto nace en el suelo
es porque Dios lo ordenó,
que para eso agua les dió
a los ñublados del cielo.
Dejen pues que al caramelo
Le hinquemos todos el diente,
y no andemos tristemente,
sin tener en donde armar
un rancho, para sestiar
cuando pica el sol ardiente.”

Mando que dende este instante
lo casen a uno de balde;
que envaine el corvo el Alcalde
y su lista el Comendante,
que no sea atropellante
el Juez de Paz del Partido;
que a aquel que lo hallen bebido,
porque así le dio la gana,
no le meneen catana
que al fin está divertido.

Mando, hoy que soy Sueselencia
que el que quiera ser pulpero,
se ha de confesar primero
para que tenga concencia.
Porque es cierto, a la evidencia,
Que hoy naides tiene confianza
ni en medida ni en balanza
pues venden todo mermao
y cuando no es vino aguao
es yerba con mescolanza.”

“Naides tiene que pedir
pase por otro Partido;
pues libre el hombre ha nacido
y ande quiera puede dir.
Y si es razón permitir
que el pueblero vaya y venga,
justo es que el gaucho no tenga
que dar cuenta a donde va,
sino que con libertá
vaya a donde le convenga.”

A ver si hay una persona
de las que me han escuchao
que digan que he gobernao
sin acierto con la mona;
sáquemen una carona,
de mi mesmísimo cuero,
sino haría un verdadero
Gobierno, Anastasio el Pollo,
que hasta mamao es un criollo
más servicial que un yesquero.
Si no me hubiese empinao
como me suelo empinar
la limeta, hasta acabar,
lindo lo habría acertado;
pues lo que hubiera quedao
lo mando como un favor
al mesmo gobernador
que nos manda en lo presente,
a ver si con mi aguardiente
nos gobernaba mejor.

El 25 de mayo de 1867, el poeta renunció a la secretaría de la Cámara, por haber sido elegido diputado nacional por los alsinistas de la provincia de Buenos Aires; prestó juramento el 31 de mayo, y fue designado miembro de la Comisión Militar; en diciembre renunció a la banca, para fundar el periódico liberal Porvenir Argentino. En 1868 aceptó apoyar la fórmula victoriosa Sarmiento-Alsina (él había preferido invertir los términos), y dejó de publicar su periódico. Antes de asumir la vicepresidencia, Adolfo Alsina lo designó oficial mayor del Ministerio de Gobierno de la Provincia, cargo que retuvo once años. En 1870 publicó la primera edición de sus Poesías (“Composiciones varias”, “Composiciones festivas”, “Acentos de mi guitarra”), con un prólogo de José Mármol, prólogo que suscitó una célebre polémica entre Pedro Goyena y Eduardo Wilde. En 1873 apoyó la candidatura de su amigo Adolfo Alsina a la presidencia de la Nación; en 1874, Mariano Acosta, gobernador de Buenos Aires, firmó su nombramiento de teniente coronel, y es puesto al frente del 1er. Batallón del 4º Regimiento de Guardias Nacionales. De esta época es la famosa estrofa que dirigió al jefe de estado mayor, en referencia a la dieta del personal militar:

Señor coronel Gorordo:
permítame que le diga
que me bala la barriga
de comer carnero gordo.

En 1875 apareció una nueva edición de sus poemas, con agregados. En 1880, año de la federalización de la ciudad de Buenos, se le otorgó la jubilación con sueldo íntegro, que poco pudo gozar: murió el 6 de noviembre y fue enterrado en el cementerio de la Recoleta. No se registraron las palabras con que despidieron sus restos Carlos Guido y Spano, Luis Varela y José Hernández.

Fausto es el tesoro exótico de la poesía gauchesca, que muchos lectores prefieren al Martín Fierro. Es gauchesco por su lenguaje y por sus personajes: pero el tema y el escenario son de otro mundo, la pampa real está lejos y la acción transcurre no transcurre en verdad a orillas del Plata, sino en pleno centro de la Ciudad, en el antiguo teatro Colón. Los dos paisanos simpáticos, cordiales (orilleros de buenos modales, con los que da gusto tratar) dialogan para nosotros al calor un porrón de ginebra. En muchos momentos, Anastasio se olvida de contar la función, y ofrece sublimes descripciones del amanecer, del anochecer, de la pampa, del río, de la mujer. (Para Enrique Anderson Imbert, Anastasio y Laguna no son menos “vivos” que Estanislao del Campo: concelebran “un tácito pacto de mutuos engaños para compartir el placer de un cuento fantástico”.)

Nacido de un enfoque festivo, es un poema bienaventurado, sin fallas, que nos hará felices cuantas veces se lo pidamos, y fácilmente se hace querer y anida en la memoria. “Il Fausto è una meraviglia”, escribió Edmundo de Amicis. Calixto Oyuela, que detestaba a los poetas gauchescos, lo consideraba “una joya”. Borges escribió: “Estanislao del Campo es el más querido de los poetas argentinos. Acaso no creamos enteramente en sus gauchos conversadores, pero todos sentimos que hubiera sido una felicidad conocer a quien los inventó. Su labor, como la de los rapsodas homéricos, podría prescindir de la escritura; sigue viviendo en la memoria y dando alegría”. Y Macedonio Fernández, maestro inigualado en el arte de la Revelación por medio del Dislate, no vaciló en ubicar a Estanislao del Campo al lado de Mallarmé y Paul Valéry.

¡Cristo padre!... ¿Será cierto?
––Mire: que me caiga muerto
si no es la pura verdá.

ALBERTO GIRRI: EL POETA, EL ARISTOCRATA Y EL REO

Alberto Girri gozó de una celebridad de doble filo: autor de una obra catalogada a veces de enigmática, pero definida como “aventura poética sin parangón en lengua española”; de espléndidas traducciones de poetas ingleses y norteamericanos, y de incisiva prosa de reflexión sobre el quehacer literario. Fue al mismo tiempo un hombre carismático, centro de un culto personal similar al suscitado por Macedonio Fernández, o por el propio Borges. Una encuesta hecha en 1977 por el diario “La Opinión” lo señaló como uno de los diez poetas argentinos más importantes de todos los tiempos
Pero no es por esto que a muchos años de su muerte, amigos suyos siguieran reuniendo mensualmente en un restaurante para evocarlo, o que a menudo aparezcan flores en la entrada de la casa donde vivió más de cuatro décadas. “Un maestro”, “Elegante”, “Discreto”, “Un brujo: sus intuiciones siempre se cumplían con exactitud sorprendente”, “Socarrón, sutil, ingenioso, fino”, “Un humor impagable, inverosímil”, “Claro, limpio, jovial, generoso”, “Un porteño cabal”, “El hombre más elegante de Buenos Aires”, “Generoso con los dones de su espíritu privilegiado”, “Muchacho eterno”, “Abarcaba los dominios de la cultura y de la vida práctica con igual destreza”, son elogios que llueven apenas se menciona al poeta, parte de cuyos manuscritos y correspondencia conserva la Universidad de Princeton, junto con los de escritores como Miguel Angel Asturias, Carlos Fuentes, José Donoso o Mario Vargas Llosa. Una lista completa de admiradores y amigos de Girri incluiría lo más granado del mundo artístico latinoamericano y europeo, desde Robert Graves a Severo Sarduy, desde Marta Lynch a Silvina Ocampo, desde Eugenio Montale a Olga Orozco, desde Manuel Mujica Láinez a Octavio Paz.

Hermenegildo Sábat resumió mejor que nadie el papel catalizador de Girri en el escenario de la vida cultural argentina: “Era parte de nuestras vidas”. No obstante, y aunque una tapa de la revista Gente reprodujo su estampa impecable entre “las personalidades del año”, aunque Amalia Fortabat jamás olvidó la noche que bailó tango con él, aunque muchas de sus ocurrencias circulan por los salones literarios ya santificadas por el anonimato, este filo de su fama está condenado a extinguirse. A diferencia del Dr. Johnson, Alberto Girri careció de un Boswell. Pero su poesía no necesita el auxilio de su carisma para sobrevivir.

EL ENIGMATICO. “De Girri puedo decir esto: A veces no lo he entendido; pero siempre que lo he entendido, lo he admirado. A veces el poema me ha excluido, sin duda por incapacidad mía, no por torpeza suya. Yo querría conversar con él, y querría pedirle, humildemente, explicaciones sobre algunas cosas.” Este inusitado homenaje de Borges es una aproximación de gran lector a la poesía de Girri. Vale la pena recordar que ya en 1937, el autor de “El Aleph” había advertido que “la sabia oscuridad de algunos poemas de Eliot es menos importante que su belleza” y que “la percepción de esa belleza es anterior a toda interpretación y no depende de ella”. Girri acuñó un aforismo perfecto sobre el tema: "Un poema puede ser hermético, pero si es bueno, siempre tiene llave y cerradura. Si no tiene llave y cerradura no es un poema".

Girri y Borges se encontraron con frecuencia y urdieron durante dos décadas una amistad nutrida por la pasión de la literatura. Girri reconocía su deuda con la prosa de Borges: “La revelación de que se puede escribir en español sin caer en lo decorativo o vacuo, de que la belleza no está reñida con la elaboración de una lengua en apariencia impersonal, neutra, en vez de una con acentos viscerales y patéticos como recurso casi obligado. Le debo a Borges la economía y contundencia, el distanciamiento irónico, la inteligencia de los detalles”.

Girri nació el 27 de noviembre de 1919 a pasos del Parque Centenario; su padre era “un inmigrante véneto, tímido y bonachón, excelente y fracasado ejecutante de fagot y oboe, y que nunca tuvo el menor éxito en las actividades que emprendió”; su madre se llamaba Delfina (a ella se dirige un hermoso poema de 1949), y le enseñó a leer a los tres o cuatro años con una edición espuria de Las mil y una noches. Luego estudió en la escuela de Francisco de Victoria (aquí sus composiciones llamaron la atención de sus maestros) y en el Colegio Nacional Rivadavia. Entre 1940 y 1946 estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, donde estrechó entrañable amistad con H. A. Murena y Olga Orozco. En 1944 empezó a colaborar en Correo Literario, quincenario fundado por Luis Seoane, Lorenzo Varela y Arturo Cuadrado, y en el suplemento literario de La Nación, dirigido por Eduardo Mallea; a partir de 1948 colaboraró regularmente en Sur de Victoria Ocampo, de cuyo Comité de Colaboración formó parte más tarde. Fue profesor de enseñanza secundaria, empleado público, asesor de una editorial, corrector, pero desde 1967 vivió casi exclusivamente de las magras pensiones a que dan derecho el Premio Nacional y el Premio Municipal de Literatura.
A partir de 1946, cuando publicó Playa sola, y hasta el mismo día de su muerte, la calidad de su obra (incluidas sus traducciones) fue reconocida dentro y fuera de la Argentina con innumerables premios y honores, entre ellos la Faja de Honor de la SADE, el Primer Premio Municipal de Poesía, el Primer Premio Nacional de Poesía, la beca Guggenheim (en dos oportunidades), condecoraciones e invitaciones de gobiernos europeos. Viajó a Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Holanda, España.

EL ARISTOCRATA Y EL REO. “El éxito obliga a representar el papel que el éxito exige; el anonimato deja trabajar en paz”, advirtió Girri, mientras gozaba sibaríticamente de ambos. A mediados de la década del 40 se había instalado en un pequeño apartamento, “mezcla de cueva y taller de artesano”, en Viamonte 349, a pasos de la vieja Facultad de Filosofía y Letras y de la redacción de Sur. Desde 1964, cuando murió su esposa, la pintora Leonor Vassena, vivió en la sola compañía de un puñado de libros y de discos: sus preferidos eran los de la orquesta de su amigo Julio De Caro (la definía como “un formidable conjunto de cámara”), El arte de la fuga, de Bach, y los Cuartetos de Béla Bartok. Compulsivamente se libraba de todo lo innecesario, incluidos muchos de los regalos de sus amigos. Trabajador incansable, de hábitos austeros, nunca dejó de lamentar la extinción de sus hermanos de sangre, el auténtico aristocráta y el auténtico reo: “Son las dos caras de la misma moneda. Ambos signados por la voluntad de ser lo que se es: extraños al tan argentino ‘quiero y no puedo’. No tienen la impostura del chanta, no representan nunca lo que no son”. Echaba de menos las virtudes perdidas por el porteño: “el individualismo, el culto de la amistad, la generosidad, una pueril confianza en el azar, el sentimentalismo”. Raramente salía del Centro; tomaba sol en Plaza San Martín y lucía todo el año un bronceado perfecto a tono con sus sacos de tweed o de lino crudo; un par de veces por semana hacía gimnasia. Creía en la eficacia de las rutinas “hay infinitas variantes en la reiteración de lo mismo”) y que “escribir es un trabajo como cualquier otro”. “La mayor revolución se operará cuando cada hombre intente ser el mejor del mundo en los suyo el remendón el mejor remendón, el médico el mejor médico, el poeta el mejor poeta”. Detestaba la banalidad y los devaneos de los aficionados. Escatimaba cuanto podía su concurrencia a vernissages y presentaciones de libros. Le gustaba, los domingos, gozar del vacío de las calles céntricas. Se proclamaba enemigo de la nostalgia, pero le brillaban los ojos evocando películas viejas. Escribió un poema sobre Gardel, cuyo canto “sin trémolos ni vibratos” equiparó a la buena prosa, pero calificaba su culto de “macabro, como todas las supersticiones argentinas”. Desarrollaba gran parte de su activísima vida social en bares próximos a su casa que iba cambiando con el tiempo: el Florida Garden, el Augusteo, el Augustous, el Cánova. El de los últimos años fue “La Barra” de Córdoba y San Martín, donde poco antes de su muerte se negaron a atenderlo a causa de su enfermedad.

EN BUSCA DEL LECTOR. La originalidad de la obra de Girri no es deliberada, sino resultado de “la obsesión de ver sin las opacidades de la mente obnubilada por la imaginación divagante”. Era tajante al respecto: “Ninguna página de cierta validez fue escrita jamás con el fin de ser diferente” o “Nunca pensé, como Mallarmé, que un poema es un misterio cuya clave debe buscar el lector; ni encontré que el mejor halago consiste en no ser entendido sino por pocos”. Acerca del carácter supuestamente oscuro de su obra (en la que Octavio Paz, Juan Liscano y Enrique Pezzoni descubrieron claridad e iluminaciones) señalaba que la dificultad es propia de gran parte de la buena poesía contemporánea, y que se disipa a medida que aumentan la sutileza del lector, su atención, y su acostumbramiento. “Desde mis comienzos tuve que oír la acusación de hermetismo, pero mis libros primeros resultan ahora transparentes para cualquiera; lo compruebo cuando alguien se queja de que en mi último libro halla dificultades inéditas para él”. Recordaba, no sin picardía, las palabras de T.S. Eliot: “Sé que parte de la poesía a que soy más afecto es poesía que no entendía en la primera lectura; otra parte, es poesía que aún no estoy seguro de entender: por ejemplo, Shakespeare”. Ocurre a veces, añadía Girri, que el lector no quiere encontrar en un poema lo que en el poema hay, sino lo que a él se le antoja que debe haber. Esperaba de sus lectores lo mismo que él se esforzaba en alcanzar: un estado de atención que permita percibir, tantear, tras el mundo de las apariencias, la realidad; tras las dificultades, los velos y las alusiones que en rigor son las palabras, el poema. Esos poemas suyos, que eran, para Italo Calvino, “un cuaderno de bitácora de la mente”.

Viamonte 349. Isla de Alberto Girri
Escribió el último a principios de 1991, y lo hizo llegar como parte del conjunto titulados “Juegos alegóricos” al concurso de poesía del diario “La Nación”. El cáncer que lo devoraba amenazaba acabar también con sus escasos ahorros. “Basta de poemas ahora –dijo--. Tenemos la palabra, pero la palabra no es todo. Ahora necesito todas mis fuerzas para luchar por mi salud”. El 16 de noviembre, en su lecho del Hospital Alemán, alcanzó a saber que el Primer Premio y los seis mil dólares eran suyos. Al rato, murió. Al son de las campanas que por él doblaban, quizá pensó en su amado John Donne, que debió esperar trescientos años antes de convertirse en uno de los padres de la poesía moderna.

ALDOUS HUXLEY, EL VIOLINISTA EN EL INCENDIO

Novelista, ensayista, autor de casi cincuenta libros (entre ellos Un mundo feliz) Aldous Huxley fue un mito viviente, uno de los escritores más famosos e influyentes de su época. Literato y esteta cínico en los años 20, pacifista empedernido en los 30, y explorador del camino místico en los últimos años de su vida, plasmó una obra única por su riqueza y variedad. Se lo consideraba una especie de monstruo, a causa de su monstruosa inteligencia, de su monstruosa erudición, y del papel –para algunos monstruoso- que al pensamiento y la erudición adjudicaba en sus novelas. “No hay excusa para no saber todo lo que es posible saber”, era su lema. “Había leído todo, y no sólo en humanidades” dice Clive Jones: “también en ciencia, historia, política, sociología, psicología y religión. Era capaz de hacer que la gente meramente brillante se sintiera peor que estúpida: estrecha de miras y limitada”.Inyectados en sus novelas, su erudición, la vastedad de sus intereses, su probidad intelectual y su preocupación por el destino humano, derivaban a veces en parlamentos cuya abundancia mereció críticas. Inyectados en sus ensayos, artículos y libros de viaje, lo convirtieron en un ensayista único, que hipnotizó a los hombres más brillantes de su siglo, y dejó intelectualmente marcados a decenas de miles de lectores durante los últimos ochenta años. La continuidad de su relevancia es asombrosa: influyó en figuras capitales de la cultura, desde Isaiah Berlin, D. H. Lawrence o Krishnamurti a Allen Ginsberg, Brian Aldiss o Julio Cortázar. Aunque Borges no fuera uno de sus fanáticos, recibió los rayos del “justificado pesimismo y la lucidez casi intolerable de Huxley”. Anthony Burgess dijo que “Huxley le dio cerebro a la novela” y que “no se ha escrito ficción importante después de Un mundo feliz”. A las acusaciones de que su intelectualismo resiente sus novelas, Huxley respondió: “Soy un ensayista que a veces escribe novelas, un intelectual. Un intelectual es alguien que ha descubierto que existen cosas más interesantes que el sexo”. Escribió once novelas, entre ellas Los escándalos de Crome, que cautivó a Scott Fitzgerald; Contrapunto, una de cuyas posibles consecuencias es Rayuela de Cortázar, y Viejo muere el cisne, fantástica vuelta de tuerca acerca de la obsesión de un millonario norteamericano por lograr la inmortalidad. La contrautopía que tituló Un mundo feliz es de lectura tan atractiva como indispensable: ayuda a reconocer terribles peligros, y a defenderse de ellos, si todavía es posible.J. G. Ballard es categórico: “Aldous Huxley fue asombrosamente profético, un guía del futuro más astuto que ningún otro novelista del siglo XX. Aun sus observaciones casuales adquieren una relevancia sorprendente en nuestros tiempos”. Observaciones casuales que a menudo consistían en aforismos memorables: “La ignorancia jamás amilana a un periodista encallecido”; “Hay tres clases de inteligencia: la inteligencia humana, la inteligencia animal y la inteligencia militar”; “Experiencia no es lo que le pasa a un hombre, sino lo que ese hombre hace con lo que le pasa”. Empleó gran variedad de formas literarias. Sus ensayos y artículos son magistrales. Publicó dos antologías bellísimas, tanto por su contenido como por sus comentarios iluminadores: Textos y pretextos (poesía), y La Filosofía Perenne (escritos y pensamientos místicos de todas las religiones.

“TODOS QUEDAREMOS COLONIZADOS”. El poder de la “videncia” de Huxley (que apenas podía ver) le granjeó no poca hostilidad, a causa del antiguo vicio de ensañarse con el mensajero portador de malas noticias. Su escepticismo acerca del futuro de lo que llamamos democracia (que molestó y molesta a muchos) obedeció a observaciones y razonamientos precisos, pero no lo hizo caer en la defensa del totalitarismo. Su pacifismo a ultranza (que le impidió obtener la ciudadanía norteamericana) no le impidió, en cambio, unirse al Congreso de Escritores Antifascistas de 1935, en París, ni trabajar en una publicación antinazi junto al exiliado Klaus Mann.Opinaba que nuestra sociedad, por vía de la propaganda, los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, es una fábrica de idiotas, y que el problema planteado por los idiotas consiste en que sistemáticamente optan por lo peor. Dándole la razón, llegaron Mussolini, Hitler y todo lo demás. En agosto de 1918, durante la Primera Guerra Mundial, había escrito: “Pase lo que pase, podemos estar seguros de que será para peor. El resultado de todo esto será la inevitable aceleración del predominio mundial de los Estados Unidos. Es algo que de todos modos iba a ocurrir, pero esto apresurará un siglo el proceso. Todos quedaremos colonizados”. Su curiosidad era infinita: fue gran conocedor del pensamiento religioso de Oriente y Occidente. Apoyó las investigaciones sobre percepción extrasensorial de Rhine, se interesó en los “experimentos con el tiempo” de J. W. Dunne, y fue precursor de la experiencia seria con drogas alucinógenas.

EL VISIONARIO CIEGO. Nació el 26 de julio de 1894 en Godalming, Surrey. Hubiese sido una deserción no nacer inteligente. Su abuelo fue Thomas Henry Huxley, el gran biólogo victoriano apodado “el bulldog de Darwin”, y recordado por el papelón que hizo pasar al arzobispo Wilberforce en el debate de 1860 sobre evolución. Su madre, Julia Arnold, era descendiente de Thomas Arnold, uno de los “Victorianos Eminentes” de Lytton Strachey y del poeta y crítico Matthew Arnold. Su padre Leonard fue editor del Cornhill Magazine, biógrafo y poeta; su hermano Julian, biólogo notable, se convirtió en el primer director de la Unesco. Por si hiciera falta otra vuelta de tuerca, su padre volvió a casarse, y tuvo otros hijos: uno de estos, Andrew Huxley, fue Premio Nobel de Medicina en 1963.A partir de 1908, Aldous fue alumno estrella en Eton. Pero una seguidilla de desgracias llovió sobre él. En 1908 su madre murió de cáncer. Luego se suicidó su hermano Trevenen. Y en 1911, una afección ocular lo dejó ciego durante casi dos años y semiciego buena parte de su vida, volviendo imposible su proyecto de convertirse en médico, y ganándolo para la literatura.En su casa aprendió a leer Braille, y continuó sus estudios: leía ocho horas por día, por lo menos. A ciegas aprendió a tocar el piano. A ciegas escribió una primera novela, jamás publicada. En dos años se recuperó lo suficiente para leer con ayuda de una lupa poderosa, y concurrir al Balliol College, en Oxford. Tan impresionante era su erudición, que alguien imaginó que su semiceguera era una impostura. Él se refería a ella con afectuosa ironía. Refiriéndose al primer film sonoro, El Cantor de Jazz, dijo: “Una providencia benéfica ha oscurecido mi visión, de modo que a una distancia mayor de tres o cuatro metros, me pasa completamente desapercibido el horror del semblante humano promedio. Pero en el cinematógrafo no hay escape. Magnificado a proporciones brobdingnagianas, el semblante humano sonríe sonrisas de dos metros, abre y cierra ojos de ochenta centímetros… Por primera vez me sentí agradecido por el defecto de visión que me ha preservado del trato diario con semejantes escenas”. Conmueve leer sus espléndidos escritos sobre arte, sus trabajos sobre Goya o Brueghel, o su descripción abarcativa y sagaz de un gigantesco fresco de Veronese, si se tiene en cuenta que debió contemplarlos centímetro a centímetro, con la ayuda de una lupa.En 1915 se graduó en Literatura Inglesa con máximos honores. En 1916 publicó su primer libro de poemas. En 1917 trabajó en el Departamento de Guerra en Londres y enseñó en Eton, donde George Orwell fue su alumno. Integró el comité editorial de la revista Athenaeum, de Middleton Murry, escribiendo, bajo el seudónimo de Antolycus, una sección llamada “Marginalia” que incluía artículos de crítica literaria, teatral, musical, de arte, y hasta notas sobre arquitectura y decoración de interiores. “Esa experiencia –diría-, que por nada del mundo querría repetir, me otorgó gran confianza en mí mismo: descubrí que por poco que uno sepa acerca de un tema, siempre podrá escribir un artículo sobre él: basta media hora de dedicación para saber del asunto más que cualquier lector”. También fue crítico de Westminster Gazette, y asesor del Chelsea Book Club y de Condé Nast Publications. En 1920 había publicado cuatro libros de poesía, un volumen de relatos, y gran cantidad de artículos y ensayos; estaba casado, tenía un hijo, y era una joven promesa de la literatura inglesa.

CIEGO EN GARSINGTON. Muy alto y apuesto, “terriblemente encantador”, y sobre todo brillante, apenas hacía gala de su omnidireccional inteligencia, llamó la atención de lady Ottoline Morrell, mecenas que lo introdujo en el círculo intelectual que reunía en su residencia de Garsington Manor, próxima a Oxford. Allí conoció a Virginia Woolf, Lytton Strachey, Clive Bell, Bertrand Russell, E.M. Forster. T.S. Eliot. Fue amigo también de Siegfried Sassoon, Wyndham Lewis, los Sitwell y Robert Graves. Caricaturizó cruelmente a Ottoline en su primera novela, Los escándalos de Crome (1921). A las objeciones de la señora, que lo acusó de ingrato y traidor, replicó el autor: “No soy un realista y no me interesan mucho los problemas de la gente real”.Tenía bastante que agradecer a lady Ottoline: en sus salones había hecho dos descubrimientos fundamentales: conoció a D.H. Lawrence, de quien fue gran amigo y admirador, y a Maria Nys, refugiada de guerra belga con quien se casó en 1919 y tuvo un hijo, Matthew, en 1920. Este año viajó a París, donde conoció a Drieu La Rochelle, Aragon, Breton y otros surrealistas. Desde la publicación de Los escándalos de Crome, Huxley pudo vivir de su escritura. Con Maria al volante, la pareja viajó durante esa década y parte de la siguiente por Italia y Francia. Huxley fue publicando novelas cuyo estilo ingenioso y cínico, que satirizaba a la burguesía y los intelectuales ingleses, aumentó su renombre libro a libro, además de inspirar no poco a Evelyn Waugh. En 1923 apareció Heno antiguo (Danza de Sátiros). En 1925, Esas hojas estériles y A lo largo del camino, libro de viajes; este mismo año visitó Túnez, pasó cuatro meses en la India, y continuó hacia Singapur, Birmania, Malasia, Filipinas, China, Japón, y por último Estados Unidos. Crónica de estas andanzas es Pilatos burlón, de 1926, año en que, en Cortina, Italia, inició la composición de Contrapunto (1928), la más extensa de sus novelas, experimento notable en que aplicó a la literatura los recursos equivalentes del contrapunto musical. Personajes de la realidad, como D.H. Lawrence (Mark Rampion), Middleton Murry (Burlap), Katherine Mansfield, la infaltable Ottoline y el propio Huxley (Philip Quarles) confrontan en esta novela sus vidas y sus visiones de la vida en secuencias sorprendentes. Con la sola excepción de Rampion, versión idealizada de Lawrence, ninguno de sus personajes se exhibe como adulto armonioso.En Haz lo que quieras (1929) urgió a emular a los griegos, que supieron vivir armoniosamente con las posibilidades del hombre, que es “diverso, inconsistente y contradictorio”: por hacerlo, ellos eran civilizadas, por no hacerlo, somos bárbaros; en el mismo libro predijo que “el proletariado marxista se convertirá en otra burguesía”.Aunque instalado en Suresnes, cerca de París, Huxley viajaba sin cesar. Pasó el invierno de 1929 con Lawrence en Bandol, balneario del que fue pionero, junto a Thomas Mann, Marcel Pagnol, Mistinguett, Fernandel. El 2 de maro de 1930, Lawrence murió en el cercano Vence en presencia de Maria, Aldous, y de Frieda, su mujer. Poco después, Huxley compró una propiedad en Sanary-sur-Mer (vecinos suyos eran H. G. Wells, Edit Whrton, Paul Valery) y comenzó a recopilar la correspondencia de su amigo. En 1930 dio a luz La vulgaridad en literatura, que se refiere a autores tan inesperados como Poe (en su rol de poeta) o Charles Dickens: “La sustancia de Poe es refinada, su forma es vulgar. Como si por naturaleza fuese un caballero, lamentablemente inclinado a un mal gusto incorregible. Ni siquiera al hombre más sensible y de ánimo más elevado, le podríamos perdonar, digamos, la costumbre de llevar un anillo de diamantes en cada dedo de la mano. Poe incurre en el equivalente a eso en su poesía”. “Una de las más llamativas peculiaridades de Dickens es que, cada vez que se emociona al escribir, deja de usar su inteligencia. El desborde de su corazón ahoga su mente y hasta oscurece su visión; porque siempre que está en el ‘modo enternecedor’, Dickens se vuelve incapaz de ver la realidad, y probablemente ni desea verla. Su primer y único deseo en estas ocasiones, es el deseo de desbordarse, ningún otro”. En 1931 aparecieron Música en la noche y Textos y pretextos. En 1932, Las cartas de D. H. Lawrence, un tomo de novecientas páginas, con un estudio previo.

UN MUNDO FELIZ. En Sanary, durante cuatro meses de 1931, Huxley escribió Un mundo feliz, su libro más famoso. Se lo coteja muy habitualmente con 1984 (que Orwell escribió casi veinte años después) porque ambos son fantasías acerca de la forma probable que adoptarían las tiranías del futuro. Menos habitualmente se lo asocia con Nosotros (1920), del ruso Yevgeny Zamyatin. La anticipación de Orwell, estructurada a la sombre de Hitler, Mussolini y Stalin, y encadenada a los modelos de la propaganda política de la época, ha sido superada por el curso de la historia. La de Huxley, deducida, más que imaginada, a la sombre de Henry Ford y del progreso científico tecnológico, resultó un fantástico acierto. Para Orwell, el símbolo de opresión es una bota aplastando la cabeza humana para siempre. Huxley vio mejor: los ciudadanos de Un mundo feliz aman su servidumbre, viven satisfechos con el “bienestar” que ser esclavos les depara, y acabarían con cualquiera que les ofreciera liberarse de ella.En el año 632 DF (después de Ford), tras la Guerra de los Nueve Años, holocausto global que culminó con el uso de bombas de ántrax, se ha establecido un nuevo Estado mundial, cuyo lema es “Comunidad, Identidad, Estabilidad”. Expresiones como “¡Válgame Ford!” o “¡Ford no lo quiera!”, salpican los diálogos; el Director General de Europa Occidental es Su Fordería Mustafá Mond. Todo el mundo es feliz, porque el intervalo entre el deseo y su consumación ha sido eliminado. También fueron eliminados el amor, la religión, el arte, la ciencia teórica, la enfermedad, la vejez, la monogamia y la reproducción por parición materna. El sexo sólo sirve a la satisfacción del instinto; los “amoríos” largos son desalentados, mal vistos, hasta castigados. Los bebés nacen de frascos, a partir de óvulos provenientes de ovarios extirpados “(operación voluntariamente sufrida para el bien de la sociedad, y que entraña una prima equivalente al salario de seis meses)” y de un líquido que contiene espermatozoides.Los individuos así obtenidos son sometidos a condicionamento prenatal y un tratamiento de “ingeniería emocional” que los convierte en miembros ideales de esa sociedad, prefabricados para las tareas que les serán adjudicadas. Están divididos en cinco clases: los Alfa y Beta (superiores) y los Gammas, Deltas y Epsilones, casi imbéciles. La forma más popular de entretenimiento son los Sentideros (“feelies”), variante del cinematógrafo que estimula, además de la vista y el oído, el tacto. También se goza de orgías periódicas, llamadas “Servicios de Solidaridad”. El soma, droga que combate la depresión, los dolores y las penas “sin las desventajas del cristianismo ni del alcohol”, asegura que nadie sea infeliz. No hay violencia manifiesta, todas las necesidades son satisfechas. Los elementos asociales o “irregulares”, como Bernard Marx, Alfa accidentalmente alcoholizado durante su tratamiento fetal, o Helmholtz, que, insatisfecho con su misión de escribir slogans, busca expresar algo distinto (pero no sabe qué), son rarísimos y terminan deportados a Islandia o a las Islas Malvinas. Como testimonios de los tiempos bárbaros en que los niños nacían de mujeres, y existían familias, religiones, el matrimonio y tantas otras prácticas obscenas, se cuenta con una Reserva de Salvajes en Nueva México. Bernard Marx trae de esta a John el Salvaje, rústico que leyó a Shakespeare. El ingenuo Salvaje confronta con el nuevo mundo, y tras un dramático contrapunto final en que el Director le explica por qué la satisfacción vale más que la libertad, el arte o la verdad, termina ahorcándose, y señalando la humillación eterna de Shakespeare y sus valores, a manos de Ford y sus Forderías.

LUCES DE CALIFORNIA. En 1936, Huxley publicó su última novela europea, Ciego en Gaza, y en abril del año siguiente cruzó el Atlántico en el “Normandie”, en compañía de la inseparable Maria y de su amigo Gerald Heard, para trasladarse a California, en cuya atmósfera más luminosa pensaba sacar el mejor provecho a su vista. Recorrió varios estados americanos, y pasó el verano en la finca del desaparecido Lawrence, en Taos, Nueva Mexico, donde terminó de escribir El fin y los medios. En septiembre se estableció en Los Angeles. Pronto obtuvo trabajo como guionista en Hollywood. El primer trabajo que se le ofreció fue una adaptación de La saga de los Forsyte, de Galsworthy; lo rechazó, respondiendo: “Ni aun la posibilidad de una enorme paga me reconciliaría con la idea de permanecer enclaustrado meses con el fantasma del pobre Galsworthy. No podría soportarlo. ”Algunos de sus guiones, como el de Madame Curie (1943, Mervyn LeRoy); o el de Alicia en el País de las Maravillas (1951), no le fueron acreditados. Sí los de Orgullo y prejuicio (1940, de Robert Z. Leonard, con Greer Gardson y Laurence Olivier), y su trabajo con John Houseman y Robert Stevenson en Jane Eyre (1944, con Orson Welles y Joan Fontaine). Venganza de mujer (1947, Zoltan Korda, con Charles Boyer y Jessica Tandy), es una versión de su relato La sonrisa de la Gioconda. Fue amigo de Cukor y Korda, de Chaplin, de Grega Garbo, y de los hermanos Marx.Su primera novela americana, Viejo muere el cisne, es para muchos lectores la mejor que escribió. Denuncia la obsesión enfermiza por el cuerpo y la juventud que Huxley percibió como rasgo perverso de la vida norteamericana en general, y de la farándula hollywoodense en particular. En 1941, en Eminencia gris, reveló al lector las hazañas del padre José, monje capuchino que, en el siglo XVII, maquinó las andanzas del cardenal Richelieu, convirtiéndose de hecho en su alter ego. Desde su llegada a América, Huxley intensificó el estudio de las literaturas y religiones orientales: conoció a Swami Prabhavananda, de quien tomó clases de meditación (aunque no lo aceptó como gurú). En 1942, se retiró a vivir a Llano, diminuta localidad californiana situada al borde del desierto de Mojave. Publicó El arte de ver, un libro en que testimonia cómo, aplicando los ejercicios del profesor W. H. Bates, talentoso pero controvertido oftalmólogo, recuperó parte de su visión; el libro es al mismo tiempo un manual. En Llano, Huxley escribió El Tiempo debe detenerse (1944), y La Filosofía Perenne (1945).Entre 1945 y 1949 vivió en Wrightwood, caserío en lo alto de la sierra que separa Mojave de Los Angeles. Aquí escribió los ensayos de Ciencia, Libertad y Paz (1946) y Mono y Esencia, una novela en forma de guión (1948). A continuación, regresó a Europa, visitando París, Roma y Sanary, y a su regreso, se instaló en una casa en las afueras de Los Angeles. En 1950 los Huxley viajaron a Nueva York para asistir al estreno de la adaptación teatral de La sonrisa de la Gioconda (1948) y a la boda de su hijo Matthew. Otra vez en Europa, visitaron Loudun, ciudad francesa donde en 1634 fue quemado vivo el padre Urbain Grandier, convicto de actos de brujería que supuestamente condujeron a la posesión demoníaca de las monjas ursulinas del lugar. Este drama inspiró al escritor Los demonios de Loudun (1952), un notable estudio novelado, en el cual se basa el film Los demonios (Ken Russell, 1971, con Oliver Reed y Vanessa Redgrave). En enero de 1952, María fue operada de un tumor maligno de mama, primera manifestación del cáncer que acabaría con ella.

LAS VACACIONES QUIMICAS. En 1953, Huxley, cuyo interés por las psicodrogas era antiquísimo (“La necesidad de vacaciones químicas del intolerable interior y los repulsivos alrededores subsistirá siempre”), leyó un artículo del Dr. Humphrey Osmond sobre el empleo de la mescalina en el tratamiento de la esquizofrenia, y tras ponerse en contacto con el investigador, ensayó la droga en sí mismo, bajo el control del médico, aquel mismo año.“Yo estaba dispuesto, en verdad ansioso, para hacer de conejo de Indias. Así fue que, una mañana de mayo, tomé cuatro decigramos de mescalina disueltos en medio vaso de agua y me senté a esperar los resultados” Uno de los resultados es Las puertas de la percepción (1954), libro con el que, sin proponérselo, dio nacimiento a una cultura internacional de la droga que involucró a millones. El título alude a unos versos de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran abiertas / todo lo vería el hombre como es, infinito”. Brian Aldiss contó como, después de leerlo en Oxford, salió corriendo a la droguería más próxima en busca de mescalina, inexistente en Inglaterra. En 1965, Jim Morrison bautizó a su banda The Doors (“Las Puertas”), y en 1968 los Beatles incluyeron una fotografía suya en la portada del álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Aunque Huxley repetidamente advirtió sobre el peligro de que las drogas fuesen, no elementos de liberación, como el moksha de La isla, sino de dominio y control, como el soma de Un mundo feliz. Lo hubieran consternado las devastadas víctimas de la generación hippie, y las chifladuras últimas de Timothy Leary, cuyos desbordes trató de morigerar muchas veces. Él mismo, según los testimonios, no utilizó drogas más de una docena de veces en su vida, y en una dosis total como la que algunos utilizaban luego en una semana. Continuación de Las puertas de la percepción fue Cielo e infierno (1956).En 1954 viajó a Francia, Egipto, Líbano, Palestina, Chipre, Grecia, Italia. El 12 de febrero de 1955, año de aparición de El Genio y la Diosa, María murió. Durante treinta y seis años había cumplido el papel de esposa amante, devota secretaria, ama de casa y chófer. El escritor la quiso mucho y la hizo trabajar como una mula. “Era más capaz de amor y comprensión que casi cualquier otra persona que yo haya conocido, y la medida en que yo he aprendido a ser humano (y tengo una gran capacidad para ser inhumano) se la debo a ella”, dijo Huxley.

LOS VIOLINES PRIMERO. La segunda esposa de Huxley fue la violinista y editora cinematográfica italiana Laura Archero, que conoció a Huxley cuando concibió la idea de hacer un film sobre el Palio, carrera de caballos que se corre anualmente en las calles de Siena, Italia. Por sugerencia de John Huston pidió un guión al escritor: la película no se hizo, pero Laura, Maria y Huxley se hicieron buenos amigos.“¿La ha tentado alguna vez la idea de casarse?”, preguntó Aldous a Laura una mañana de mayo de 1956. Ante su respuesta afirmativa, continuó: “¿No le parece que sería divertido viajar a Yuma y casarnos en la Autocapilla?” Testigos fueron la encargada del toilet de damas y un cowboy en la ruina. Poco después fueron a vivir en una casa en una de las colinas de Hollywood.Ese mismo año publicó Adonis y el alfabeto, uno de sus mejores libros de ensayos, y acometió otro largo periplo: Perú, Brasil, Italia, Inglaterra, Suiza (donde asistió a las conferencias de Krishnamurti), Dinamarca. Dictó cursos y conferencias en las universidades de San Francisco, Berkeley, Santa Bárbara, Stanford, Massachusetts, Nueva York. En 1958 publicó Nueva visita a un Mundo Feliz, donde revisó las predicciones de su contrautopía de 1931 a la luz del progreso de la ciencia, la tecnología y la sociedad, llegando a la conclusión de que la libertad individual estaba mucho más cercana a su extinción de lo que él nunca había imaginado. En 1959, la Academia Americana de Artes y Letras le confirió el Premio al Mérito en Novela, que se otorga cada cinco años: antes que él habían sido honrados Hemingway, Thomas Mann y Theodore Dreiser.En 1960 se le diagnosticó un cáncer de lengua, que comenzó a tratar con radioterapia. A pesar de su estado, continuó dando conferencias y asistiendo a congresos.En 1961, a raíz de un incendio que consumió otras dos docenas de casas en la vecindad, su residencia de 3276 Deronda Drive ardió, y casi nada se salvó. Los Huxley apenas tuvieron tiempo de salvar lo que sintieron más importante: él, el manuscrito de La Isla y algunas ropas; ella su violín Guarnieri y una estatua china de porcelana.“Bueno, ahora sí que soy un hombre sin posesiones”, dijo con serenidad oriental Huxley. Ardieron todas las cartas de Aldous y Maria, los diarios de ambos; el manuscrito de St Mawr, de Lawrence; toda la correspondencia de Huxley con la flor y nata de la literatura y el arte mundial, y una rica biblioteca. La revista Time informó: “Mientras los bomberos impedían al autor inglés casi ciego correr hacia las llamas, éste lloraba como un chico”. Huxley replicó: “Como veterano escritor de ficción, felicito al autor del artículo que redactó la narración de mis acciones esa noche. Ignorando esas convenciones de la fantasía romántica a la cual adhiere vuestro artista, no llorábamos como criaturas, ni hacía falta que nadie nos impidiera arrojarnos a las llamas”.La Isla (1962) ofrece una utopía auténtica: describe un paraíso terrestre en la isla de Pala, donde no existen religiones fundamentalistas ni líderes omnipotentes, donde nadie puede ganar más de de cinco veces lo que gana otro, y que proféticamente, como es habitual, previene contra los peligros del fanatismo religioso, el ejercicio del poder militar masivo, y la desgracia inherente a la riqueza petrolera. Literatura y Ciencia apareció en 1963, dos meses antes de la desaparición del autor. En su último año de vida, Huxley casi no dejó de viajar ni de trabajar. Asistió a un congreso en Roma, visitó Inglaterra por última vez, y estuvo presente en la reunión de la Academia Mundial de Artes y Ciencias, en Suecia.Murió el 22 de noviembre de 1963. Poco antes, a su pedido, Laura le administró una dosis de LSD; luego musitó a su oído las recomendaciones de viaje que prescribe el Libro Tibetano de los Muertos. Ese mismo día habían asesinado a Kennedy. Las repercusiones del magnicidio ahogaron las de la desaparición del autor de Contrapunto, pero no el desconsuelo de sus miles de admiradores en el mundo entero. Quizá nadie expresó mejor la dimensión de la pérdida que el músico argentino Juan Carlos Paz: “Isla desaparecida”, anotó en su Diario. Aunque a causa de su intelectualismo algunos le hayan retaceado el status de artista (como si la inteligencia y la sabiduría fueron obstáculo para ser artista), su fe en el poder del arte fue inclaudicable. En Textos y pretextos, advirtió: “¿Compilar una antología poética en medio del colapso? Es tocar el violín, protestarán ustedes, indignados, mientras arde Roma. Pero quizás Roma no hubiera ardido si los romanos hubieran tenido un interés más inteligente en sus violinistas”. Roma siempre está ardiendo: ningún día mejor que el de hoy para leer a Aldous Huxley.

GEORGE ORWELL, EL SOCIALISTA INCOMODO

Orwell por Russ Cook
Celebrado como “Profeta del mundo libre”, “San George Orwell”, “El hombre más honesto de nuestra época”, “Conciencia de su generación”, “Socialista incorruptible”, George Orwell generó un culto absolutamente desproporcionado con sus méritos literarios. “En los 50”, dice Raymond Williams, “la figura de Orwell parecía agazapada a la vuelta de cada esquina. Se intentaba algún nuevo análisis cultural, y allí estaba Orwell; se quería informar sobre el trabajo o la vida ordinaria, y allí estaba Orwell; se embarcaba uno en cualquier clase de discusión sobre el socialismo, y se encontraba con una estatua de Orwell inmensamente inflada, advirtiéndole que retrocediera”.
La discusión última en torno de Orwell no gira alrededor de sus dotes creativas. Fue el más exitoso e influyente escritor político del siglo XX. En torno suyo se tejió la imagen de un luchador solitario y honesto, empecinadamente fiel a su propio sentido de la justicia y de lo que llamaba “decencia común”, virtudes que, característicamente, lo inducían a contradecirse con frecuencia.

En su juventud se había propuesto “convertir la escritura política en un arte”. Lo animaba el deseo de exponer las cosas tal como son y el de impulsar el mundo en dirección al socialismo. Pero criticó mordazmente a sus correligionarios, y escribió dos libros panfletarios que se convertirían en biblias de la Guerra Fría, y que lo harían famoso: Rebelión en la granja y 1984. No sólo eso: Orwell (cuyo virulento anticomunismo era más útil a la propaganda del Imperio, según señaló Arthur Schlessinger Jr., por provenir de un “socialista”) fue el verdadero inventor de la frase “guerra fría”: la usó el 19 de octubre de 1945 en el artículo “Usted y la bomba atómica”, publicado en Tribune, y el Oxford English Dictionary acredita su paternidad.

Aunque socialista, escribía para el mercado y sabía cómo satisfacer al cliente”, dijo un crítico. ¿Quién era el cliente? A Orwell no le hubiera gustado que lo sepamos, pero apenas él murió, la CIA compró secretamente a su viuda Sonia (el encargado de la diligencia fue Howard Hunt, y Sonia consiguió, además del dinero, una entrevista con Clark Gable) los derechos cinematográficos de Rebelión en la granja, y orquestó y distribuyó el film producido en Inglaterra, reforzando su carácter propagandístico mediante una modificación del final.

Hasta que punto contribuyó la obra orwelliana a alimentar las calderas de la guerra fría, lo ilustra la anécdota relatada en Herejes y renegados por Isaac Deutscher, a quien un neoyorquino le recomendó la lectura de 1984 en estos términos: “¿Leyó usted ese libro? Tiene que leerlo, señor. ¡Así sabrá por qué tenemos que lanzar la bomba atómica sobre esos malditos bolcheviques!” “¡Pobre Orwell!”, añadía Deutscher. “¿Habrá imaginado alguna vez que su libro llegaría a ser un artículo tan importante para la Semana del Odio?”

A la fecha se han vendido ochenta millones de ejemplares, en más de sesenta idiomas, de Rebelión en la granja y 1984. Muy lejos de esta cifra queda el magnífico Homenaje a Cataluña, sus otros seis libros, y los setecientos artículos y ensayos que dejó escritos al morir, entre los que se cuentan piezas antológicas. En vida reunió parte de ellos en Inside the Whale and Other Essays (1940 y The Lion ad the Unicorn: Socialism and the English Genius (1941). Hoy la oferta de textos orwellianos es mucho más abundante.

LOS HERMANOS GRANDES SEAN UNIDOS. En la medida en que el derrumbe del imperio soviético restó utilidad propagandística a Rebelión en la granja y el dedo acusador de 1984 parece apuntar a otros blancos (ya Herbert Marcuse en El hombre unidimensional y Erich Fromm, en un prólogo, esbozaron un Hermano Grande con cara de Tío Sam) la figura de Orwell es más discutida, y los pecados que antes se le pasaban por alto, o se le justificaban con mayor caridad, se traen a colación más a menudo.

Críticos no le faltaron en vida: un periódico británico de izquierda lo clasificó “el Gusano del Mes”, el feminismo lo tildó de “pobre tipo” y “misógino”, y H. G. Wells le escribió, lisa y llanamente: “Eres una mierda”. No era fácil amar a George Orwell. Detestaba a los “intelectualoides, los maricones y los cerdos ricos”, tanto como a los que se empeñan en vivir a la moda, y no le importaba despertar antipatía, lo que a todas luces logró. Propugnaba un socialismo a ultranza, que incluía las ideas de igualar los ingresos, acabar con la Cámara de los Lores, los compartimentos de primera clase en los trenes y el uso de smoking, así como la descabellada suposición de que la Guardia Nacional inglesa podría convertirse en un similar de las milicias republicanas españolas. Y así como D. H. Lawrence desaprobaba el sexo de todo el mundo, salvo el suyo, Orwell desaprobaba el socialismo de todo el mundo, salvo el propio, y no se cansaba de ridiculizar a sus correligionarios. Como le ocurría a tantos supuestos “demócratas”, odiaba a Stalin, pero no le desagradaba Hitler: en 1940, en una reseña de Mi lucha, escribió: “Nunca he sido capaz de sentir aversión por Hitler… El hecho es que hay algo profundamente atractivo en él…” Y podía ser increíblemente desleal, mal intencionado y agresivo en sus polémicas, incluso con colegas y amigos. “Uno tiene derecho a esperar decencia común hasta de un poeta”, amonestó a Ezra Pound. Llamó a W. H. Auden “Kipling sin barriga”, y a su círculo “la izquierda marica”. Más tarde conoció a Auden y le tomó simpatía, por lo que decidió no tratar más personalmente con las personas sobre las que escribía. No hay duda de que en muchas ocasiones Orwell abusó de su posición.

Stephan Collini resumió bien parte de los cargos contra Orwell: “Como escritor es una figura de notorias limitaciones. Sus novelas sufren por sus cualidades esquemáticas, propagandísticas; su tosca personalidad literaria lo llevó a ser simplificador y filisteo; y hay algo cansador en esa insistencia en que sólo el intratable solitario que él era tiene posibilidad de decir la verdad; es un compendio de prejuicios intolerantes, representados por sus repetidos ataques a los ‘intelectuales maricas’”. Esto sin contar sus espasmos antisemitas y su actuación como informante de los servicios secretos ingleses, agravada, si cabe, por observaciones personales que The New York Times calificó de “sencillamente horrorosas”. “Todo santo debe ser considerado culpable hasta que se demuestre su inocencia”, pontificó acerca de Gandhi, cuyo pacifismo (“fascifismo”) lo exasperaba, y a quien comparó con Pétain, Salazar, Hitler y Rasputin. Parece que a nadie, mejor que a San George Orwell, le cabe la desconfiada prevención.

NI ORWELL NI INGLES. No era Orwell ni nació en Inglaterra: se llamaba Eric Arthur Blair y vio la luz el 25 de junio de 1903 en Motihari, India. Su padre era funcionario del Departamento del Opio británico (“Una de esas ocupaciones que bien pueden hacer que un niño se pregunte si su padre es un caballero”, diría Stephen Spender). En 1907 viajó a Inglaterra con su madre y dos hermanas. Asistió a la escuela preparatoria, y entre 1917 y 1921 estudió en Eton, donde realizó sus primeros intentos literarios. En 1922, en vez de ir a Oxford o Cambridge, se enroló en la Policía Imperial India, en la que sirvió cinco años, durante los cuales cobró conciencia de las iniquidades del imperialismo colonial inglés. No obstante, daba rienda suelta a menudo a la iniquidad propia: “Aunque la de los ingleses era una horrible tiranía”, escribió, “nada me hubiera hecho más feliz que clavar una bayoneta en la barriga de un monje budista”.A comienzos de 1928 renunció a su puesto “para escapar no sólo del imperialismo, sino de toda forma del dominio del hombre sobre el hombre”. Regresó a Londres, decidido a convertirse en escritor: alquiló un cuarto en Portobello Road, y comenzó a trabajar en su nuevo proyecto. Su asunto inicial lo sumergió en un mundo absolutamente distinto del de sus amigos y camaradas de Eton, de la Policía Imperial, y del suyo propio.

Hizo lo que en 1902 había hecho Jack London para escribir The People of the Abyss. Encarnando un vagabundo desocupado, bajo el nombre de P.S. Burton, penetró en el “vientre de la bestia capitalista”: el East End londinense. Procuraba investigar la vida de los parias ingleses, y salvar la distancia psicológica que de ellos lo separaba (lo que no logró nunca). En 1929 extendió sus investigaciones a París, donde pasó hambre, trabajó un par de meses como lavacopas en un hotel, y del 7 al 22 de marzo, permaneció internado en el Hospital Cochin, atacado de neumonía. Regresó a Inglaterra a fin de año, y pasó la Navidad con su familia, a la que anunció el libro que preparaba en base a sus experiencias. A partir de 1930 adquirió cierto prestigio como colaborador en diversas revistas y periódicos.

Durante un tiempo siguió vagabundeando por Londres, usando la casa familiar como base de auxilio, pero en 1932 la pobreza lo obligó a acabar con la bohemia y emplearse como maestro de escuela en Middlesex. Un año después el editor izquierdista Victor Gollancz publicó su primer libro. En las últimas por Londres y París, en el que Blair estrenó el seudónimo George Orwell, que caracterizará en el futuro al D’Artagnan de la conciencia moral inglesa. Las expresiones antisemitas, muy traídas de los pelos, incluidas en En las últimas por Londres y París, suscitaron muchas quejas y hasta la amenaza de querellas judiciales. Siguieron dos novelas: Días birmanos (1934) mordaz secuela de su experiencia colonial, e Hija de clérigo (1935) la menos leída de sus ficciones, por buenas razones. Para esta época, Orwell se había convertido en dependiente de una librería en Hampstead, publicaba una columna de crítica bibliográfica en “New English Weekly”, y mantenía contacto con varios simpatizantes del Partido Laborista Independiente. En Keep the Aspidistra Flying (1936), las aspiraciones literarias y humillaciones financieras del poeta renegado Gordon Comstock, reflejan las suyas propias.

EL ABOGADO DEL DIABLO. El año 1936 fue crucial para Orwell. Viajó al norte industrial inglés, comisionado por Gollancz para escribir un libro documental sobre los trabajadores y desocupados de la zona, que publicaría el Club del Libro de Izquierda. El libro sería The Road to Wigan Pier (1937), y Gollanc le introdujo un prólogo previniendo al lector acerca de una parte en la que Orwell hacía de “abogado del Diablo en el caso contra el socialismo”. No obstante, esta vivencia terminó de convertir a Orwell al socialismo, aunque desde el primer momento su actitud sistemáticamente crítica le valió la reputación (que jamás perdería) de compañero de ruta independiente e “incómodo”.

Luego se mudó a una pequeña granja en Wallington, y el 9 de junio se casó con Eileen O’Shaughnessy. En diciembre de 1936 la pareja viajó a España, donde se unió a una milicia anarquista, el Partido Obrero de Unificación Marxista. “Había llegado a España con la idea de escribir artículos periodísticos, pero casi de inmediato me uní a la milicia, porque en ese momento y en esa atmósfera parecía lo único que era conceible hacer… Fue la primera vez que me encontré en una ciudad en la que la clase trabajadora tenía las riendas… Inmediatamente reconocí esto como un estado de cosas por el que valía la pena luchar”, recordó en el magnífico Homenaje a Cataluña (1938).Durante la primavera de 1937 sirvió en un sector relativamente tranquilo del frente, y a comienzos de mayo participó en luchas callejeras en Barcelona. De regreso en el frente, el disparo de un francotirador fascista le atravesó la garganta, a resultas de lo cual quedó un tiempo sin habla y con un brazo paralizado. Durante su convalecencia, el POUM fue acusado por los stalinistas de profascista y muchos de sus integrantes fueron encarcelados o muertos.

Los Orwell escaparon a Francia y retornaron a Inglaterra, donde les asombró comprobar que la prensa de izquierda aceptaba la versión comunista de la historia. La experiencia española despertó en él su odio al comunismo. Su lema ideológico sería: “El capitalismo es una enfermedad, el socialismo es la cura, el comunismo la muerte del paciente”.

ATRAPADO. Viviría tan cautivo de su odio como de la tuberculosis que aquel mismo año se le declaró, y que no le daría sosiego hasta matarlo. Pasó ese invierno en Marruecos, donde escribió Coming Up for Air (1939) otra historia sin mayor mérito. De regreso en Wallington trabajó en la serie de ensayos que reuniría en Dentro de la ballena. En principio se había opuesto a la guerra, porque creía que conduciría a la “fascistización” de Inglaterra. Cuando cambió de opinión, no pudo alistarse a causa de su salud. En 1940 se alistó en la Guardia Nacional, y a fines de ese año empezó a trabajar en las transmisiones a la India del Servicio Oriental de la BBC; pero ese trabajo le parecía inútil y deshonesto. En 1943 renunció y se empleó como editor literario de la revista “Tribune”, publicación laborista; y en noviembre empezó a escribir Rebelión en la granja.

Orwell con su hijo Richard, 1945
Quise escribir un libro que cualquiera pudiera comprender fácilmente, y que se tradujera sin dificultad a cualquier idioma”, explicó. Rebelión en la granja es una fábula satírica que cuenta la rebelión de los animales de una granja inglesa contra el Sr. Jones, su explotador. Los cerdos “revolucionarios” ­–Old Major, Napoleón y Snowball- representan a Marx, Stalin y Trotsky, y otros caracteres completan el cuadro, suficientemente elemental para que lo entienda un niño de escuela. Pero la Unión Soviética era entonces aliada de Inglaterra en la batalla contra el nazismo: Gollancz rechazó el libro y lo mismo hicieron Faber y Jonathan Cape. Dieciocho meses después, Secker and Warburg aceptó publicarlo. En el ínterin, Orwell se había convertido en corresponsal de guerra de “The Observer” y “The Manchester Evening News”, y viajó a París, Alemania y Austria. Se ha observado que en sus despachos nunca hizo patente el horror de los campos de concentración. “Si la realidad de Auschwitz llegó a él, su registro fue amnésico”, dice Mary McCarthy.

En junio de 1945, Eileen murió en el curso de una operación. El escritor quedó a cargo del pequeño Richard, su hijo adoptivo. A su regreso a Inglaterra, casi coincidiendo con el estallido de la primera bomba atómica en Hiroshima, apareció Rebelión en la granja. Su éxito fue inmediato: gracias a los derechos percibidos, Orwell se vio por primera vez libre del trabajo “menor”, y pudo instalarse en una perdida granja en la isla de Jura, en las Hébridas escocesas. Allí él hizo de Robinson y su salud empeoró.

En 1946, mientras alternaba sus estancias en Jura y en su piso londinense con obligadas visitas a hospitales y sanatorios, empezó a escribir 1984, contrautopía que describe la vida en Inglaterra tras una supuesta revolución totalitaria, y que reconoce como antecedentes literarios Nosotros, del ruso Evgeny Zamyatin (1884-1937), publicada en inglés en 1924, y Un mundo feliz de Aldous Huxley, de 1932.

EL MUNDO DEL SOCIALISMO INGLES. El argumento de 1984 es elemental. En el año 1984, lejano entonces, tres grandes superestados, Estasia (constituida por China y sus satélites), Eurasia (resultado de la absorción de Europa por Rusia) y Oceanía (producto de la absorción del Imperio británico por los Estados Unidos) se reparten el mundo. Inglaterra es la Pista 1 de Oceanía. El idioma inglés se está convirtiendo en Neohabla, una jerga cuyo fin es reducir el vocabulario a un número mínimo de expresiones, insuficientes para pensar. El dictador es el Hermano Grande, cuyos grandes bigotes (los de Stalin, por supuesto) aparecen ya en el segundo párrafo del primer capítulo. Emmanuel Goldstein hace de Trotsky, y el partido político es el Ingsoc (socialismo inglés). La sociedad es dominada por slogans como “La guerra es paz”, “La libertad es esclavitud”, “La ignorancia es fuerza”. El Ministerio de la Paz se ocupa de la guerra, el de la Verdad se especializa en la mentira, el del Amor tortura y mata. Oceanía es controlada por el Partido Interior, cuyos miembros escogidos son los únicos que no viven en total esclavitud. El grueso de los habitantes son “proles”. Para los miembros del Partido, el amor sexual es un crimen, y la castidad femenina ha sido institucionalizada en la Liga Antisexo. En cada habitación, una telepantalla imposible de apagar transmite y registra a toda hora cuando allí sucede. El antihéroe de la historia, Winston Smith, insignificante miembro del Partido, lleva un diario secreto y vive un amorío con una muchacha llamada Julia. Detenido por la Policía del Pensamiento, torturado y sometido a un lavado de cerebro, se quiebra y termina amando al Hermano Grande. Mientras lo torturan, a Winston le dicen: “Si quieres representarte el futuro imagina una bota pisoteando un rostro humano”.

1984 se publicó en 1949, y una de las razones de su éxito consiste en que fue recibido como un vaticinio. “Una gran idea, débilmente ejecutada, que debe su popularidad a un malentendido”, dice Joseph Sobran. Gracias al antecedente de Rebelión en la granja, y de la obvia caracterización de los personajes, este libro también fue leído como propagada anticomunista. Inútilmente trató Orwell de corregir esta limitación, señalando que su obra es antitotalitaria “en general”. “Toda línea seria que yo haya escrito ha sido escrita, directa o indicrectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático”, dijo en una ocasión. Y en un reportaje concedido al periodista norteamericano Henson, declaró: “Mi reciente novela no fue escrita como un ataque contra el socialismo o el Partido Laborista Inglés, de los cuales soy partidario”. Como consuelo, Diana Trilling, escribiendo en “The Nation” en 1949, anotó que la novela de Orwell era un aviso acerca de “los peligros extremos involucrados donde quiera el poder opera bajo la guía del orden y la racionalidad”, y Daniel Bell, en “The New Leader”, conectó la creación de la CIA, ese mismo año, con el mundo orwelliano. Pero una oleada de críticas de enfoque maccrthysta sepultó a éstas, y Orwell ya no tendría tiempo para despegarse del tufillo que –no por casualidad- se le pegó. Desde entonces la gran masa de sus admiradores incluyó a ex comunistas, socialistas de centro y derecho, algún ala del anarquismo, libertarios de derecha, liberales, conservadores, halcones, palomas y la John Birch Society. Casi lo único que esta troupe tiene en común es el anticomunismo.

Edmond O'Brien como Winston Smith en 1984,
director Michael Anderson.
EL HERMANO ORWELL LOS VIGILA. Los últimos tiempos de Orwell proveen una retahíla de anécdotas patéticas. Sus actitudes con las mujeres siempre habían constituido motivo de crítica. “No era un mal bastón”, comentó cuando murió su primera mujer. “Espero que me permitirás hacer el amor contigo de nuevo algún vez” le escribió a otra, “pero si no, no importa, siempre me sentiré agradecido por tu amabilidad”. Durante su último año de vida, agobiado por la tuberculosis y el cuidado de su hijo adoptivo, propuso matrimonio a cuatro mujeres, que lo rechazaron, aunque él no vacilaba en señalar la inminencia de su muerte y lo apetecible de su legado. Una de estas mujeres, Celia Kirwan (cuñada de su gran amigo Arthur Koestler), era una belleza que trabajaba para los servicios secretos ingleses: Orwell terminó regalándole un anotador de tapas azules conteniendo un fantástico “dossier” del Hermano Grande: una lista “comentada” de intelectuales y artistas supuestamente stalinistas o “criptocomunistas” de su conocimiento.Las notas marginales asombran. “¿Judío?”, se pregunta acerca de Charles Chaplin. “Proclive a la homosexualidad”, avisa de Stephen Spender. Cecil Day Lewis es “no del todo confiable”; J. B. Priestley “podría cambiar”; Paul Robeson es “muy antiblanco y partidario de Wallace”; John Steinbeck, “novelista”. La lista, cuyo original tiene más de ciento veinte nombres, de los cuales sólo una parte fue entregada, podría ser utilizada como prueba científica de que la “decencia común” de George Orwell, podía albergar mayores patologías que su castigado cuerpo.

Por último, Orwell fue aceptado por Sonia Brownell (conocida por el Londres literario como la Venus de Euston Road, tanto por su belleza como por su afición a acostarse con celebridades). Sonia, dieciséis años más joven, trabajaba en la revista mensual “Horizon”, de Cyril Conolly, y lucía un rosario de amantes y noviazgos previos que incluía a Lucian Freud, William Coldstream, Victor Pasmore, Michel Leiris, Lacan y Merleau-Ponty. Ya viuda, Sonia Orwell acuñó una frase digna de Lichtenberg: “Las razones por las que Orwell se casó conmigo son muy claras; las razones por las que yo me casé con él, nada claras”.

El casamiento se celebró en la habitación de hospital de Orwell el 13 de octubre de 1949. Como los smokings no habían sido abolidos aun, Orwell se avino a lucir uno; tras la ceremonia, la novia y los invitados fueron a festejar al Ritz. El novio quedó en cama, feliz: pensaba que el casamiento le alargaría la vida, y tenía el proyecto de viajar a Suiza y escribir unos trabajos sobre Joseph Conrad, George Gissing y Evelyn Waugh. No alcanzó a hacerlo: murió en el University College Hospital el 21 de enero de 1950. De acuerdo con sus instrucciones, fue sepultado según los ritos de la Iglesia de Inglaterra, en la Iglesia de Todos los Santos, en Sutton, Courtney, Berkshire.